Si regresáramos a predios atenienses del siglo V a. C., tengo por seguro que serían pocos los cubanos del exilio, en Miami, los que participarían en la confección de la inmensa colcha que hoy cobija los principios de la democracia.
El más reciente escándalo que involucró a Ozzie
Guillén, manager de los Marlins, puso en relieve –con picos altísimos- la
propensión creciente a estigmatizar y condenar sin juicio justo cualquier asomo
de criterios contrarios a los cánones de odio recalcitrante contra el régimen
de Fidel Castro y, por extensión, de Hugo Chávez.
Guillén, aunque lo haya negado –porque tal vez estaba
borracho-, desde la óptica de la diáspora cubana, cometió el más ruin de los
pecados. Dijo, o no dijo – sólo él sabe lo que dijo o no dijo -“Amo a Fidel Castro” y habría
añadido: “Yo respeto a Fidel Castro”. Estas frases produjeron escozor. ¿Quién
puede amar o sentir algún respeto por un dictador asesino? ¿Quién puede
resaltar que Castro complete más de 50 años precisamente ‘castrando’ la
dignidad del pueblo cubano?
La falta de espíritu democrático del exilio en Miami radica
en condenar a quien no comulgue con su ideología. Si alguien piensa distinto es
castrista o chavista y, por tanto, enemigo de los postulados de rechazo al
régimen imperante en la Isla. Pero ¿democracia no es aquella doctrina que
permite y tolera la libertad de pensamiento y expresión? ¿No son anti-democráticos
los cubanos del exilio al ‘satanizar’ a quien tiene una concepción distinta
sobre el fenómeno político y social de Cuba o su gobernante?
Mis dedos sobre el teclado de la computadora se
resisten a congratularse con lo dicho o no dicho por Guillén. Sugiero líneas
arriba que posiblemente el conductor de los Marlins estaba borracho porque él
mismo ha manifestado que, gane o pierda el equipo, después de cada partido
ingiere licor. Sin embargo, tendría que estar profundamente ebrio para decir
que ama a Fidel Castro. Ebrio o algo más…
Aun así, lo supuestamente dicho por el venezolano
Guillén no otorga licencia para exigir su renuncia del equipo de béisbol de
Miami, como lo hizo un alto número de cubanos, y menos para inmiscuirme en su
vida personal o laboral. Principio inviolable de la democracia es la libertad
de pensamiento y expresión que, como sabemos, en Cuba es una utopía. Pero ¿también
en la Miami cubana?
El exilio no puede aplicar los mismos estándares de
intolerancia de su más acérrimo contradictor: el dictador Castro. Hacerlo es
tanto como predicar y no aplicar una democracia en la que hombres y mujeres
puedan expresarse libremente, aunque algunos como Guillén digan cosas a todas
luces bochornosas.
La democracia se alimenta de la diversidad. Una sola
voz termina convertida en régimen y nadie quiere que se repita la historia de
una ínsula pujante condenada al atraso por un dictador que ha asumido la
omnipotencia de Dios.