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jueves, 16 de mayo de 2013

“Mon Dieu”


Por Daniel Castropé

Leyendo un poco sobre la etimología de palabras de uso común he caído en un profundo vacío en el que es evidente un solemne misterio: nadie sabe exactamente de dónde procede el término más usado en el Caribe: mondá.




Los barranquilleros se presentan en el panorama nacional como pioneros de la rítmica palabreja. Al abuelo Domingo Peñaloza Lauforie escuché hablar de elegantes prostitutas francesas que, en los cabarets del desaparecido Barrio Chino, años 40, caían al suelo implorando la protección de Dios al ver ante sí los objetos contundentes que les proveerían el sustento diario.  Mon Dieu, que en su lengua significa Dios mío, gritaban como huyendo del diablo en el momento álgido. 

Con otros escenarios, pero como protagonistas las mismas prostitutas de carnes pálidas, los samarios se atribuyen la génesis del término. El escritor Luis Guillermo Martínez afirma que a principios del siglo XX llegaron bandadas de jamaiquinos a trabajar en la Zona Bananera del Magdalena. Las buenas amantes por dinero los recibían con precaución los fines de semana. Mon Dieu gritaban cuando enormes toletes amenazaban con destrozarles las entrañas.

Desde la óptica cartagenera el cuento exhibe rasgos similares, con las mismas francesas de “vida fácil”, pero con negros de ascendencia africana. Pretender ambientar episodios, sentimientos y dolores sería un pleonasmo inútil. Siempre, como una constante en las tres versiones difundidas en la Costa Atlántica colombiana, aparece aquella expresión calenturienta en boca de mujeres que seguramente despepitaban los ojos al advertir que les perforarían el bajo vientre.

Mon Dieu parece ser entonces la expresión que, acuñada a la jerga costeña, con nuestros giros y acentos característicos, terminaría convertida en mondá. Que la dijeran prostitutas francesas en Barranquilla, Santa Marta o Cartagena no es más que un desacuerdo geográfico de menor relevancia, a no ser que la soberanía del Caribe termine en franco riesgo y se resquebrajen las relaciones entre las tres ciudades por la disputa del término.

De ser así, un honorable tribunal de arbitramento integrado por especialistas en la materia -de origen francés, por supuesto- tendría la imperiosa necesidad de prohibir a los habitantes de la Costa el uso de la sonora palabreja hasta zanjarse la desavenencia.

De tal modo, solo podrían tolerarse expresiones como: ¡eso es pene!, ¡habla, cara de pene!, ¡cómete un pene! y otras de menor calibre. Un ente policivo creado a la luz del tribunal de arbitramento tendría el don de la ubicuidad y, como en muchos casos, soplones a sueldo para sancionar a los infractores.

Pero quizás el susodicho tribunal jamás logre establecer la verdad absoluta alrededor del origen geográfico de la palabreja, y sin su uso -mon Dieu, Dios mío… Padre nuestro- el Caribe dejaría de ser Caribe, y cualquier costeño estaría en libertad de gritar: “¡Eso es mondá!”


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