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viernes, 14 de junio de 2013

El jeque occidental y sus concubinas


Por Daniel Castropé

Desde la antigüedad hasta nuestros días se sabe que los jeques árabes exhiben su poder por la cantidad de mujeres dentro del harén y por el lujo de imponentes palacios que descrestan a cualquier doncella. Pero en nuestras sociedades occidentales –increíble para algunos– también encontramos símiles de jeques que actúan como tales dentro de sus licenciosos círculos de vida.


Mientras el genuino tiene a todas sus mujeres juntas, con ellas habla abiertamente y comparte momentos de intimidad sin que nadie le recrimine nada dentro de su cultura ancestral, nuestro jeque no las reúne, pero las tiene en la sombra; habla con ellas telefónicamente muy tarde en la noche o muy temprano en la mañana, o por mensajes de texto, y comparte momentos especiales en lugares donde nadie lo conozca, o tal vez sí, pero dentro de hoteles lejanos o de la misma ciudad, cualquier infidelidad puede pasar desapercibida.

A este jeque occidental poco le importan los preceptos de lealtad o cualquier otro sentimiento noble. Su misión es una sola: cada día tener más mujeres para llenar los vacíos de una vida trivial, en la que hoy está con una, mañana con otra; vida que depende de su actividad sexual constante para sentirse hombre –el supermacho– y mucho más si los años crueles se le vienen encima y la próstata comienza a pasarle cuenta de cobro.

Pero, sin lugar a dudas, este personaje debe ejercer poder –por lo general ligado al dinero– para que sus planes de conquistador se cumplan. Las 'víctimas' por lo general son muchachas ingenuas u otras simplemente de dudosos alcances morales que se dejan seducir por un poco de brillo en palacios virtuales que se esfuman como el viento en el desierto, sin importarles el descrédito y las consecuencias que estos actos puedan traer a sus relaciones formales, si es que las tienen o medianamente las conservan.

En otras palabras, el jeque occidental sabe que hablándole al oído a su empleada, por ejemplo, y diciéndole que con él tendrá mejor sueldo, viajes, ropa de marca o joyas, gimnasio, pechos de silicona –a todas se los hace poner como un sello contra el olvido–, la mujer acostumbrada a la modestia que supone una vida como asalariada quedará inmediatamente 'flechada' por un cupido engañoso. Las consecuencias de aceptar las proposiciones impúdicas del jeque (jefe) siempre se verán más tarde.

Entonces, el jeque occidental se pasa la vida entera en lo mismo. No le importa la amistad con su amigo o conocido y termina enamorando y llevando a la cama a la mujer del otro. Es común que embarace a quien se le venga en gana, vive con la mujer de turno un tiempo y luego la abandona a su suerte. Hoy tiene un hogar aquí, mañana otro allá. Hijos, más niños y niñas regados por el mundo que ostentan un apellido más por cumplimiento de la ley que obedeciendo a una paternidad responsable.

Lo peor del asunto es que “siempre hay carne para un cuchillo afilado”, como dice el refrán colombiano. De tal suerte –y con mucha suerte para levantar faldas–, el jeque occidental recorre el mundo en busca de ‘conquistas’, pero a diferencia del flautista de Hamelín, quien atraía ratas y ratones con mágicas melodías, a este otro lo persiguen mujeres por la música de un instrumento que sabe ejecutar: la mentira. Cuando no son las que trabajan dentro de su círculo, es decir, subalternas, solo tiene que abrir las ventanas de su ficticio y efímero palacio para enganchar a cualquier jovencita que alucina cuando escucha los cantos seductores del protagonista de nuestra historia.

Escribo estas líneas y reflexiono sobre lo que sentirá una mujer dentro de un harén árabe. La compadezco y entiendo que lo hace porque prefiere comodidades compartidas con otras y no tener, algunas veces, que pasar sed y hambre en el desierto. No puedo pensar igual de las concubinas del entorno del jeque occidental. Una mujer que se relaciona con un tipejo de estos es consciente de que lo hace buscando comodidades o posición social. ¿O será que lo hace porque anhela libertad o le gusta la aventura? No lo sé… ¡Que suene la canción del Grupo Niche!

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