Por
Daniel Castropé
En el barrio les temen a estos dos que andan el día entero descalzos y mal trajeados, realizando las más intrincadas pilatunas que puedan ocurrírseles a dos angelitos que nacieron en un hogar de principios católicos, hoy una pareja de diablitos que jamás están en casa y que, enemigos de la asepsia corporal, permanecen todo el tiempo sucios y con las piernas cubiertas de granos y excoriaciones. Por algo, no gratuitamente, son conocidos como ‘los chicos malos’.
Su día es una mezcla de aventura extrema y libertad sin límites.
Despiertan temprano, se dirigen a la escuela, pero algunas veces terminan en el
parque –lo que seguramente agradecen sus maestros– y regresan a casa al filo
del mediodía a recargar fuerzas para la jornada de la tarde, que es la
preferida de ellos; sin dudas, la más intensa. Entonces el sol vespertino de la
arenosa ciudad, infierno que quema la piel de santos y demonios, pareciera
darles mayor vitalidad.
Su plan de hoy es el mismo de las últimas semanas: desinflar las
llantas del taxi del 'señor José', robar los cocos del 'señor Armenta',
lanzarle piedras al portón del 'señor Agustín', escalar el techo del 'señor
Monsalvo'. ¡Señor! ¿Cómo olvidar las galletas recién horneadas de la 'señora Teresa',
cuya cocina es vulnerada por los brazos cortos de 'los chicos malos' que
irrumpen por la minúscula ventana cuando el hambre les dice que es hora de
comer?
Pero este día un nuevo componente está a punto de entrar en agenda.
Los niños han crecido y ahora maquinan travesuras que podrían rayar en actos
delincuenciales. Promediando las cuatro de la tarde el tendero deja encargado
del negocio a su hijo, un muchachito que a duras penas desconfía de su sombra.
Mientras uno le pregunta los precios de productos que no comprará, el segundo
comete el hecho punible. Dos cuadras adelante, bajo la sombra somnífera de una
bonga gigante, 'los chicos malos' hacen planes con el billete sustraído de la
caja registradora.
Del abuelo Domingo han adquirido la pasión por escuchar radio con
fines non sanctus. El programa deportivo de la noche premia la sintonía con
pollos asados. La primera vez ganaron sin trampa. La segunda, tercera y cuarta
no tuvieron necesidad de someterse a preguntas como el resto de los oyentes
para ganar. Esta es la quinta vez que llegan al asadero y, tal parece que
alertado por las directivas del programa de radio, el empleado levanta el
auricular del teléfono para confirmar si efectivamente 'los más fieles oyentes'
tienen derecho a reclamar el premio. Al descubrirse el fraude, 'los chicos
malos' ya están en casa lamentando que hoy no comerán el mejor pollo asado de
la ciudad, pero fraguando el siguiente paso.
En otra tienda de esquina, a dos cuadras de casa, el dependiente es un
viejo blanco, de rostro sanguíneo, altura considerable y un chichón en la
frente del tamaño y forma de una almendra. La cuenta incluye bebidas gaseosas,
panes, salchichas, queso y mentas para combatir la halitosis. Al momento de
pagar, piden lo que les servirá de tiquete de exoneración. Cuando el viejo baja
de la escalera y pretende entregar el rollo de papel higiénico, 'los chicos
malos' corren lejos rumbo a la impunidad festejando la nueva fechoría.
Años más tarde, dos hombres distanciados por inmensos mares y montañas
hablan telefónicamente rememorando los hechos de un tiempo que se fue como agua
entre los dedos. Mi hermano me dice que castigó severamente a su hija por
beberse un yogurt en el supermercado sin antes pagarlo. Le digo que
coincidencialmente ayer también impuse castigo a mi hija mayor por una
mentirilla piadosa, y que ella, apelando a sus buenos dotes de pintora y con el
propósito de verme contento, me ha regalado -quién lo creyera- un dibujo de
'los chicos malos', antiguos personajes de Walt Disney con fieles imitadores en
el Caribe de antaño.
No conocía tu publicación y por lo que he alcanzado a ver en forma somera, es excelente. Para más adelante dejo la lectura de tu frustrado fascismo -el mío no tanto- y la "Noticia que no quiséramos leer"
ResponderEliminarUn abrazo, compadre
Muchas gracias, maestro Pepe, por antonomasia "la biblia" del periodismo en el Caribe colombiano.
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