Por
Daniel Castropé
Si Maduro
resulta ser colombiano, es decir, nacido en la Colombia que hoy tanto ataca por
razones diplomáticas, pero que dice apoyar en favor de la paz con las Farc, habría
un cúmulo de asuntos por analizar incursionando en el delicado plano de las
comparaciones que, aunque odiosas para muchos, podrían darnos pistas sobre el
verdadero origen del mandatario de los venezolanos.
Algún
enajenado podría señalar similitudes entre Maduro y García Márquez, el Nobel
que creó el mágico mundo de Macondo como vacuna somnífera contra el dolor en
una época dura en la historia de Colombia. El regente de Miraflores también es
experto en crear ilusiones y fantasías en el pueblo. De tal suerte, Venezuela
es hoy un país próspero de gentes a las que nada les falta, ni papel higiénico,
ni harina para arepas o cachapas, ni reservas petroleras, ni un árbol de
castaño en el que después de cien días de gobierno (observen que son cien, como
en Cien años de soledad) puedan amarrar a un Maduro que comienza a presentar
desvaríos –como José Arcadio Buendía– sin tener certeza de la cruda realidad
por la que atraviesa la nación del Libertador Bolívar. No sería extraño,
además, que en las noches se escondiera del fantasma de Prudencio Aguilar
encarnado en Henrique Capriles.
Compararlo
con la barranquillera Shakira no sería del todo descabellado-diosdado.
Maduro incurre en frecuentes deslices verbales, y asegura, entre otras
curiosidades, que habla con pajaritos en los que encarna Hugo Chávez. La
cantante de los pies descalzos no es deslenguada, pero dejó a todo el mundo ‘en
chancletas’ cuando en un partido de fútbol en el que entonaba el himno nacional
de Colombia, se le olvidó la letra. Otro punto de encuentro: Shakira hablaba
con un ‘pajarito’ de las pampas argentinas y ahora lo hace con un chaval que
vuela alto en el mundo del fútbol. En efecto, y en aras de corroborar la
similitud, Maduro canta, y es muy bueno cuando lo hace en el baño, solo, sin
más audiencia que su creciente ego.
La estatura
es fácil de asimilar a la de Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá. Su altura
en metros y centímetros –porque la otra no la tiene– nos muestra a un Maduro
que podemos comparar con aquel que ha sido uno de los mejores mandatarios de la
capital colombiana en los últimos treinta años, gestor de Transmilenio,
practicante de la derecha y de la izquierda política; a la postre, malabarista
en temas de partido, lo que le costó su credibilidad en ascenso en el decenio
pasado.
Otro de los
aspectos por comparar indudablemente es su bigote. Aunque menos tupido que el
del célebre político santandereano Horacio Serpa Uribe, el parecido se me
antoja viable. Solo le faltaría hablar con ese dejo de retórica veintejuliera que
caracteriza al que fuera el hombre de confianza del ex presidente Ernesto
Samper, cuando el denominado "Proceso 8.000" estaba en boga y un
‘elefante’ enorme puso en riesgo las ayudas de Estados Unidos para la lucha
antidrogas en Colombia.
Pero quizá
el parecido más evidente lo tiene con el Pibe Valderrama, y no precisamente por
su melena felina, sino por las gambetas y dribles en el campo medio de la
región, en donde, otrora, repartía petróleo como balones a los más aventajados
‘jugadores’ y compraba junto al ‘pajarito’, las deudas externas de otros
equipos –léase países– vistiendo la camiseta de un altruismo vino tinto que
rayaba en la caridad. Del Pibe también tiene los bigotes, pero ya dijimos en
‘el tercio de juego anterior’ que los de Serpa son los que más se le asemejan.
Por algo se cree que Maduro nació en Santander (Colombia) y que sus primeros
días de vida fue alimentado con carne oreada, pepitoria y mute santandereano, y
que las cachapas habrían aparecido tiempo después en su dieta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario