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lunes, 17 de junio de 2013

El colombiano Maduro

Por Daniel Castropé

Si Maduro resulta ser colombiano, es decir, nacido en la Colombia que hoy tanto ataca por razones diplomáticas, pero que dice apoyar en favor de la paz con las Farc, habría un cúmulo de asuntos por analizar incursionando en el delicado plano de las comparaciones que, aunque odiosas para muchos, podrían darnos pistas sobre el verdadero origen del mandatario de los venezolanos.


Algún enajenado podría señalar similitudes entre Maduro y García Márquez, el Nobel que creó el mágico mundo de Macondo como vacuna somnífera contra el dolor en una época dura en la historia de Colombia. El regente de Miraflores también es experto en crear ilusiones y fantasías en el pueblo. De tal suerte, Venezuela es hoy un país próspero de gentes a las que nada les falta, ni papel higiénico, ni harina para arepas o cachapas, ni reservas petroleras, ni un árbol de castaño en el que después de cien días de gobierno (observen que son cien, como en Cien años de soledad) puedan amarrar a un Maduro que comienza a presentar desvaríos –como José Arcadio Buendía– sin tener certeza de la cruda realidad por la que atraviesa la nación del Libertador Bolívar. No sería extraño, además, que en las noches se escondiera del fantasma de Prudencio Aguilar encarnado en Henrique Capriles.

Compararlo con la barranquillera Shakira no sería del todo descabellado-diosdado. Maduro incurre en frecuentes deslices verbales, y asegura, entre otras curiosidades, que habla con pajaritos en los que encarna Hugo Chávez. La cantante de los pies descalzos no es deslenguada, pero dejó a todo el mundo ‘en chancletas’ cuando en un partido de fútbol en el que entonaba el himno nacional de Colombia, se le olvidó la letra. Otro punto de encuentro: Shakira hablaba con un ‘pajarito’ de las pampas argentinas y ahora lo hace con un chaval que vuela alto en el mundo del fútbol. En efecto, y en aras de corroborar la similitud, Maduro canta, y es muy bueno cuando lo hace en el baño, solo, sin más audiencia que su creciente ego.

La estatura es fácil de asimilar a la de Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá. Su altura en metros y centímetros –porque la otra no la tiene– nos muestra a un Maduro que podemos comparar con aquel que ha sido uno de los mejores mandatarios de la capital colombiana en los últimos treinta años, gestor de Transmilenio, practicante de la derecha y de la izquierda política; a la postre, malabarista en temas de partido, lo que le costó su credibilidad en ascenso en el decenio pasado.

Otro de los aspectos por comparar indudablemente es su bigote. Aunque menos tupido que el del célebre político santandereano Horacio Serpa Uribe, el parecido se me antoja viable. Solo le faltaría hablar con ese dejo de retórica veintejuliera que caracteriza al que fuera el hombre de confianza del ex presidente Ernesto Samper, cuando el denominado "Proceso 8.000" estaba en boga y un ‘elefante’ enorme puso en riesgo las ayudas de Estados Unidos para la lucha antidrogas en Colombia.

Pero quizá el parecido más evidente lo tiene con el Pibe Valderrama, y no precisamente por su melena felina, sino por las gambetas y dribles en el campo medio de la región, en donde, otrora, repartía petróleo como balones a los más aventajados ‘jugadores’ y compraba junto al ‘pajarito’, las deudas externas de otros equipos –léase países– vistiendo la camiseta de un altruismo vino tinto que rayaba en la caridad. Del Pibe también tiene los bigotes, pero ya dijimos en ‘el tercio de juego anterior’ que los de Serpa son los que más se le asemejan. Por algo se cree que Maduro nació en Santander (Colombia) y que sus primeros días de vida fue alimentado con carne oreada, pepitoria y mute santandereano, y que las cachapas habrían aparecido tiempo después en su dieta. 


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