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domingo, 5 de abril de 2009

Cartagena y la hoz de la muerte

A través de Redcaribe, órgano virtual de integración periodística a nivel regional, llega a mi conocimiento lejano (alrededor de mil kilómetros entre Miami y Cartagena) la situación caótica que experimenta la capital de Bolívar en materia de seguridad. La danza de la muerte, con ráfagas rítmicas y tambores de armas de fuego, cobra víctimas a diario en una ciudad, otrora remanso de paz, donde el Tuerto López escribió a “las botas viejas” y no a la hoz de la muerte.
Un artículo signado por Axel Veda, en la Red, me puso la piel de gallina. Dice en uno de sus apartes en referencia al momento crucial por el que atraviesa La Heroica: “Cualquiera mata a cualquiera, porque a la delincuencia le viene como anillo al dedo el miedo colectivo generado. Una veintena de muertos por aquí y por allá y basta”.
Lo leído parece tomado de un diario de México, símil actual de la Colombia de hace una década, en donde la muerte se ha ensañado contra la comunidad inerte: seres humanos atiborrados de miedo, de dolor; horror por doquier, ausencia de Dios, presencia activa de las huestes del maligno.
Esto también me causó conmoción: “Quién iba a pensarlo. La vida no vale nada. Mafias se pasean campantes y sonantes por las barbas de los ciudadanos de bien y los acribillan”.
Me pregunto a la distancia: ¿Cuándo se le dio espacio a este flagelo? ¿Quién ha permitido este despropósito? No lo se, no tengo la más remota idea. Las autoridades tienen la palabra para asegurarle al mundo que Cartagena mantiene su imagen de ciudad turística intacta, que no es riesgoso planear vacaciones en nuestro sector hotelero, que la muerte no prima ante la vida. O simplemente callar, como algunas veces lo hacen, dejando “volar” la imaginación, permitiendo que el turismo “vuele” a otras latitudes a gastar sus dólares en destinos más baratos. El mutismo nos hace daño, pero más generar un estado de alerta derivado de hechos que no podemos esconder como siempre hemos ocultado la miseria enmascarada en la zona suroriental de la ciudad: niños de ombligos volcánicos y crines amarillentas por desnutrición, hombres y mujeres famélicos, perros hambrientos que pululan en las ¿calles?, casuchas construidas sobre las mismas heces de una comunidad carente de Estado.
Cartagena es de todos y para todos, creo que así rezaba el slogan de una campaña política. Pero jamás permitamos que sea de los enemigos del bien, de aquellos que buscan desestabilizar el normal crecimiento de una urbe futurista que se extiende a pasos agigantados hacia la zona Norte, con edificaciones que bien podrían compararse con las magnas estructuras de los más codiciados destinos turísticos del mundo.
La guerrilla, paramilitares, sicarios o no se qué, deben estar en control de las autoridades. Cartagena es una ciudad delicada en extremo por cuanto el mayor ingreso a sus arcas lo representa el turismo. Allí no cultivamos café o producimos petróleo. Nuestro mercado es humano y, por ende, circunstancial. El hombre se rige por modas y temores: si el color verde le sienta bien en una camisa la compra, si una ciudad le despierta miedo simplemente no la visita, la desecha de su mente con una enorme “X”. No esperemos a que ello ocurra. Las alianzas del mal por la reconquista del terreno perdido podrían prosperar si la autoridad es laxa o sobornable.

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