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lunes, 10 de agosto de 2009

Primitivo Santos: El primero entre los merengueros del mundo

Por Daniel Castropé

El olor a habichuelas y locrio de puerco se hizo perceptible apenas crucé el dintel de la puerta principal. En West Kendall, Miami, parece que los únicos que cocinan en casa, a las cinco de la tarde, en ese sector de amplias mayorías latinas, son los Santos. Es casi un milagro –de santos, supongo-, encontrar una residencia familiar en donde cocinen, y más aún que lo hagan a diario, como lo hacían nuestras abuelas.

Él estaba sentado en un sofá confortable, de cuero color marrón, semejante a un buda, rodeado por tres perros, dos de casi quince años cada uno (en un canino son 105 años), y otro muy cachorro, juguetón en exceso, al que don Primitivo llama “El perro”. Buen nombre para un animalito que retoza todo el tiempo detrás de una pelota verde de tenis y muerde los zapatos de quien se le antoja.

Entré en confianza cuando me bebí un vaso de agua y el artista su tercera taza de tinto, muy parecido al colombiano: claro y suave. El músico habla como un menor esforzando su memoria. Levanta las manos, rasca su cabeza, abre los ojos –casi a punto de salirse de la cavidad ocular-, ahondando en desdeñados parajes de su remoto Santiago de los Caballeros, en República Dominicana, en donde aires musicales estremecieron su cuna improvisada en la década de los años 30 (el 28 de abril de 1935), bajo el arrullo cantarín de una madre de estirpe campesina y sabiduría innata: doña María Antonia Santos.

Con 7 años de edad fue declarado “Niño Prodigio” del país antillano. A esa edad temprana ejecutaba el oboe con la destreza que a sus 70 años, y un poco más, le granjea el apelativo de “Maestro”. Aprendió la ejecución del instrumento impulsado por don Federico Camejo, quien reemplazara a su padre biológico tras la muerte de este último cuando el entonces niño solo tenía dos años. En consecuencia, solo recuerda a un padre, a aquel que lo llevó a trasegar los senderos complejos de la música clásica, el mismo que le inculcó los buenos modales característicos en su personalidad jovial y lo involucró en la banda musical de su pueblo natal. Pero, por supuesto, es consciente de que les debe la vida primero a Dios y después a don Ramón Almanzar, su verdadero progenitor, un rico hacendado de la región del Cibao, de quien no tiene ningún recuerdo sólido. Ni un grito o un regaño recuerda de él.

A los 12 años ya era un músico connotado. Dejó a un lado las partituras de Mozart y Bach, “porque ese género solo produce grandes satisfacciones”, conformando su primera orquesta con los amigos más cercanos, todos ligados a la música, pues, como dice don Primitivo, “en Dominicana el que no es beisbolista, está metido de lleno en la música”.

Recién cumplidos los 17 años, cuando el bate de su popularidad golpeaba pelotas de hit por todas las emisoras de radio dominicanas, fue cuando le ocurrió la anécdota que marcaría para siempre su vida. “Yo era flaquito y muy tímido. Para esos días un señor muy rico de la región me contrató para ‘tocar’ en una fiesta sin conocerme previamente. Cuando llegué a su finca me recibió con una cara terrible. Dudaba que yo fuera Primitivo Santos. Gracias a Dios la hija de este hombre me reconoció y quedó mucho más tranquilo él cuando escuchó ‘tocar’ a la orquesta”.

Transcurrió el tiempo, su fama fue en crecimiento. Convertido en un verdadero portento de la música de las Antillas, fue designado Agregado Cultural de República Dominicana ante la Casa Blanca, en Washington. Para entonces, su primera canción en acetato “Unión Eterna”, se escuchaba sin tregua en varios países del Caribe. “Ese primer sencillo tiene una historia jocosa. Resulta que un gran amigo decidió contraer matrimonio y yo no sabía que regalarle, pues era él una persona con mucho dinero. Entonces le dije que lo único que podía darle como presente de boda era una canción. De esa manera lo inmortalicé, de paso obligando a mi amigo a permanecer toda la vida al lado de su esposa: unión eterna”.

Radicado en la capital norteamericana, su posición diplomática lo convirtió en el músico que amenizaría los grandes bailes en las más importantes embajadas con asiento en Estados Unidos y en otras partes del mundo. Sin embargo, sería Nueva York la ciudad en donde más impuso su género musical en aquella época, con presentaciones multitudinarias en el Madison Square Garden y en el Radio City Music Hall.

“Bromeaba mucho con Tito Puente, también con Celia Cruz. Todos ellos iban a casa y mi querida esposa Gina les preparaba ricas viandas. El problema era que al final todos querían volver no por mí sino por la sazón de doña Gina, quien tiene fama de buena chef y es la culpable de mi abultado estómago” (Suelta una estridente carcajada).

En 1967 grabó la canción que más éxito le traería: “El Manisero”. “Ese tema proviene de la música popular cubana, compuesto por Moisés Simmons, en 1926. Yo lo incluí en el LP titulado ‘Primitivo y Washington’, convirtiéndose en un gran ‘hit’ y en uno de los primeros ‘Discos de Oro’ de mi carrera profesional”. Para Armando Segovia, un cartagenero “cuba-melómano” radicado en Bogotá, la mejor versión instrumental de “El Manisero” es la grabada por Mario Bauza, y concuerda con el ingeniero Isaac Zúñiga y con Tony Morales en que la mejor versión ejecutada y cantada es la de Primitivo Santos. Sin dudas, los tres tienen la razón.

Don Primitivo asevera que los pioneros del merengue en Nueva York fueron él, en primera instancia, y posteriormente Jhonny Pacheco e Ismael Miranda. “En 1975, siguiendo la senda creada especialmente por este humilde servidor, “Milly y Los Vecinos” imponen un salto cualitativo en los textos y arreglos musicales”, relata el “Maestro”.

Al músico se le considera en Santo Domingo y las Antillas como el más grande impulsor del merengue. “El hecho es que fui el primero en traer este género a los Estados Unidos. Dios me dio la oportunidad de sacar adelante mi música con una excelente voz como la de Camboy Estévez, quien fue y siempre será la voz líder de la orquesta”, afirma Santos. Entre los temas que más destacan en su repertorio se cuentan, además del inmortal El Manisero, La Mulatona, Fiesta hasta el 90, El Marinero y muchos más que hacen parte del acervo musical dominicano y mundial.

Etapa de reposo

Hoy, cuando el “Maestro” descansa plácidamente en su casa de West Kendall, lidiando con una enfermedad llamada vejez, sólo se dedica a observar lo que ha quedado del gran surco que creó para llevar la música de su pueblo quisqueyano a un sitial de importancia. “Me turba ver que aquel merengue que se escuchaba entre los 70 y los 90 ha perdido parte de su esencia”.

De Colombia guarda gran aprecio por el desaparecido periodista Fabio Poveda Márquez, a quien recuerda por una anécdota con Antonio Cervantes “Kid Pambelé” cuando hacía la que ha sido su única presentación en Barranquilla, año 1996, gira que también incluyó a Cartagena. “Chico, yo recuerdo que Fabio le dio una reprimenda fuerte a Pambelé porque seguía en su vida libertina consumiendo drogas. Después que Fabio le habló tan fuerte, el hombre se puso a llorar como un niño pidiendo perdón”.

De la Colombia de sus anhelos le gustaron los platos típicos de la Costa Atlántica, por la forma como sazonan los alimentos y también por la calidez de su gente alegre y bulliciosa, principalmente la barranquillera. “Son como los dominicanos, que somos bullangueros”, dice.

En las postrimerías de sus días, con su familia y los tres perros guardianes, don Primitivo sueña con sus tiempos de éxito.
Tras un silencio breve, cierra los ojos. “Carajo, viejo, te dormiste otra vez”, grita doña Gina, mientras prepara un suculento plato de mangú para sumarlo a las habichuelas y al locrio de puerco. “Chica, no me he dormido, medito. Siento que vuelo y antes de llegar al cielo creo que estoy a punto de cumplir mi sueño. Qué linda es Colombia”.

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