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domingo, 19 de mayo de 2013

Aquel Diario Las Américas

                                                       

Por Daniel Castropé

Corría el año 2002. En junio, a escasos meses de los atentados del 9/11, todavía el país manaba un persistente olor a muerte y por las calles el gusanillo de la inseguridad parecía meterse por los poros de las personas como catéteres, creando un desasosiego fenomenal. El mundo norteamericano andaba con los nervios alterados. Nadie te daba la hora en una gasolinera. Si te acercabas a pedir información sobre el McDonalds más cercano, podías terminar en una estación de policía. La gente desconfiaba de la gente. Una barba larga, unas cejas extremadamente pobladas, turbantes, túnicas: todo lo contextualizado como semejante a la raza árabe tenía matiz terrorista.


Digo “corría” al comienzo del relato porque, a decir verdad, sin aquella exageración literaria perniciosa, así se encontraban todos los Estados de la Unión. Por supuesto, Miami no podía ser la excepción. Este Miami multicultural en el que Cuba y sus costumbres tienen una alta representación, en el que “bollo” no es lo mismo que comen en Colombia, acompañado de huevo frito o queso por las mañanas; en donde expresiones populares como “Qué volá” no significa lo mismo en Venezuela si a la segunda palabreja le quitamos la pesada carga de la tilde. Este Miami en el que encontré dos periódicos: uno con mayor énfasis en la información para la comunidad cubana y el otro –el otro- también.

Dos periódicos para una urbe gigantesca. Uno muy sólido, con una edificación esplendorosa cuyas sombras reposaban sobre los patios de las mansiones de Star Island en las tardes veraniegas, con una planta de personal tan grande como cuarenta establecimientos de comidas rápidas incluyendo empleados de a 7 dólares por hora, y una tradición de prestigio en el Sur de la Florida. El otro medio impreso estaba próximo a cumplir 50 años, y pare de contar. ¿Qué más podría decir?

Ese otro periódico, cuyo ejemplar compré en la gasolinera donde al pedir la hora un hombre corrió a guarecerse en su vehículo, era –es y seguirá siendo- Diario Las Américas. Como lo que soy, inquieto y escudriñador, quise absolver algunas dudas de rigor ante lo que tenía entre manos. El nicaragüense del mostrador tenía cara de japonés y hablaba hindi. Hice un gesto, él me respondió con otro. Sonreí, él respondió igual. Hacía calor, él me dijo que también hablaba español. ¡Bendita suerte la mía! Me acababa de ganar los 590 millones del Powerball sin haberlo comprado.

Soy periodista y escritor. Vengo de Colombia. ¿Sabes dónde queda ese país? ¿Has oído hablar de Uribe? Allá trabajo en Caracol Radio, escribo columnas para dos periódicos. Soy creyente. ¿Crees en Dios, Buda o Alá? Me dijiste que eres nicaragüense, que tu padre era japonés y que aprendiste hindi con tu difunta primera esposa. ¿Sabes algo sobre este periódico? Aquí dice… Déjame ver bien, la tinta está un tanto corrida. Ya lo tengo: Diario Las Américas. ¿Sabes cuántos ejemplares vende por día? ¿Quiénes son sus periodistas? ¿Publica suficientes avisos diarios?

El empleado de la gasolinera era la persona más indicada. Su mujer había sido contadora de ese –éste- periódico y conocía detalles que podrían servir para satisfacer la curiosidad de mucha gente: solo la mía –por favor, no insistan en líneas posteriores-. Me respondió a todo. Algunas veces fue más allá de los linderos de las preguntas entregándome datos que bien podría utilizar Assange cuando recupere la libertad. Por ejemplo, el muy avispado “nica” con cara de nipón y lengua hindú me dijo que… Nada puedo decir. Nada puedo revelar. Me hizo jurar ante una efigie del Rey Salomón –no sé si era Buda, me pareció demasiado flaco y ojeroso- que jamás abriría la boca. Doy fe que he cumplido. A no ser que algún día, profundamente dormido y como consecuencia de la mala costumbre de hablar mientras me encuentro en los brazos de Morfeo, haya terminado rompiendo el pacto y hoy mi esposa también conozca del asunto.

Pero sí me dijo algunos aspectos que, supongo, no entraron dentro del juramento. En sus propias palabras, para no faltar a la verdad objetiva: este periódico vende –vendía- muy pocos ejemplares, los periodistas que laboran allí son pocos –ahora son los suficientes y, por supuesto, los mejores- y la publicidad que sacan es relativamente escasa –un evento del pasado-. Añadió algo que también hace parte de la historia: lo compran solamente viejitos cubanos para varios usos. Lo leen de cabo a rabo, luego les sirve de abanico para mitigar el calor y otras veces como estera para evitar ensuciarse las posaderas, pero es peor el remedio que la enfermedad. Las noticias se les marcan en los pantalones…

Ahora,  once años más tarde, recapitulo sobre la charla con aquel hombre de la gasolinera. Tomo entre mis manos un ejemplar del periódico, que parece otro. Cuánta creatividad, cuánto despliegue noticioso. Hace calor, en el Caribe siempre habrá calor. Pienso sin la angustia de los tiempos posteriores al 9/11. Cavilaciones, muchas reflexiones en mi mente. Los aires que soplan hoy son otros para este medio insignia del Sur de la Florida… Buen viento y buena mar, Diario Las Américas. Estás próximo a cumplir 60 años en el corazón de los miamenses.


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Este blog ha sido estructurado con una meta: lo que aquí se publique debe generar impacto en el lector; eso sí, para bien, defendiendo las reglas básicas del periodismo y la multiforme manera de hacer literatura.


Daniel Castropé.