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jueves, 16 de mayo de 2013

Los abriles de Capriles

                                                                                                        
                                                                                                         
Por Daniel Castropé

Si Capriles dejara de mostrarse a través de los medios de comunicación, la gente olvidaría en breve el fraude cometido en las elecciones presidenciales. Pero si continúa “mojando prensa” a cada segundo, sin detenerse un instante para ver pasar a la tortuga, corre el riesgo de aburrirnos y de que sus buenos oficios terminen truncados en la meta. Entonces ¿qué debe hacer el opositor venezolano? Porque, por lo menos este que escribe, comienza a presentar los primeros visos de hastío.


Desde la misma noche en que la presidenta del Consejo Nacional Electoral entregó al mundo los resultados de los comicios, Capriles inició su trasegar por la delgada línea de la denuncia permanente donde, evidentemente, no caben todos los elefantes que se balancean en aquel otro cuento infantil. Por supuesto, hizo lo correcto. Ninguna persona sensata puede creer en la legalidad de unas elecciones organizadas por los mismos correligionarios de Maduro, dolientes todos del recién desaparecido Chávez; en otras palabras, por una caterva de demonios que, a cualquier costo, ha propendido por el sostenimiento en el poder de sus tres mejores exponentes: uno vivo y dos en su hábitat natural. Discúlpenme por omitir involuntariamente a Satanás.
Sabemos que Capriles ganó. El pueblo venezolano lo sabe. El mundo lo sabe. Dios lo sabe. Y, claro es, también el diablo. Pero ¿debe seguir Capriles gastando su tiempo valioso en denunciar un dolo que nunca reconocerá el oficialismo? No. Es el momento de actuar pasando del dicho al hecho, y todo indica que solo hay dos caminos a seguir en el oscuro panorama venezolano.
Siete millones de personas, todas vestidas de blanco y con sus manos en alto, podrían  permitir el resultado que el mundo espera: la salida de Maduro y de sus compinches de las instancias de gobierno. Plazas y calles tomadas por hordas de personas en postura pacífica, quizás algunas expuestas al atropello y al consecuente dolor, se me antoja una estrategia interesante. La discriminación y la segregación racial en Estados Unidos, tuvieron su fin con este tipo de lucha no-violenta. Antecedentes hay otros.
La brújula de la lógica marca otro sendero. En este instante de ánimos caldeados los altos militares que siguen creyendo en los postulados de la democracia –que los hay, como en el cuento de las brujas– pueden ser excelentes aliados. A estos hombres de voces grandilocuentes hay que tocarles las fibras sensibles del alma nacionalista. Es un asunto de Estado, de honor y respeto a la institucionalidad venezolana. Ninguno de ellos querrá que se repita la triste y conocida historia de un pueblo estancado en el atraso de las supuestas bondades del comunismo, y menos que los Castro tengan autoridad sobre los genuinos descendientes de Bolívar.
Capriles es la única opción que tienen los venezolanos para derrotar a un oficialismo apegado al pillaje y que mantiene ondeante la bandera del populismo dentro sus propias y omnímodas reglas de juego. Otra carta distinta a Capriles, no existe. Pero este elemento en la baraja de la realidad actual es perentorio saber jugarlo. Y tiene que ser ya… Quizás mañana no haya otros abriles.


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Este blog ha sido estructurado con una meta: lo que aquí se publique debe generar impacto en el lector; eso sí, para bien, defendiendo las reglas básicas del periodismo y la multiforme manera de hacer literatura.


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