Social Icons

lunes, 20 de mayo de 2013

Mi frustrada incursión como fascista




Por Daniel Castropé

Tengo la perniciosa tendencia de apoyar mis escritos en sucesos del ayer, no porque crea fehacientemente que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí convencido de que podemos identificar moralejas de las experiencias vividas. En palabras coloquiales: “de las caídas aprendemos”, y con *Pedro, aquel compañero de estudios hace 20 años, estuve a punto de conocer un mundo que pudo atraparme en sus redes falaces.



Estudiaba en una universidad privada del Caribe. Algunos tildaban a *Pedro de homosexual y, en razón a sus finas maneras y voz de flauta, pocos lo trataban. Nunca he sido homofóbico pues creo que cada quien hace en la vida conforme a su inalienable voluntad. Entonces, el buen compañero de clases de periodismo un día me invitó a su casa, entramos a una habitación, el día estaba nublado, las luces tenues. No tengas miedo, me dijo trepando sobre una voz de hombre. Esto no es nada malo, advirtió adoptando semblante varonil. Sentí un leve escozor en el bajo vientre. Me pidió tranquilidad con una voz más grave que la mía. Cuando menos lo creía, un arma que había pertenecido al líder del movimiento guerrillero M-19, Jaime Bateman Cayón, estaba entre mis manos gélidas. Afortunadamente, el baño estaba a dos pasos de distancia.

De regreso, cinco minutos más tarde, *Pedro me esperaba exhibiendo una sonrisa de hombre perverso y señalando una suerte de libros de corte comunista desplegados sobre la cama. Recitó los títulos de cada uno. Sonrió nuevamente, los maldijo. Los libros pertenecían a estudiantes de leyes de otra universidad, el arma nunca supe de dónde provino. El grupo al que pertenecía había hurtado los textos marxistas con el propósito de quemarlos esa misma noche, y este que hoy escribe estaba invitado a lo que sería una ceremonia de iniciación –o algo por el estilo-.

El lugar de reunión era una bodega abandonada del centro de la ciudad. Los jóvenes que nos dieron la austera bienvenida parecían gigantes fornidos coronados por rostros rozagantes y cabellos lacios en sus cabezas. *Pedro no era el maricón del curso. Dentro pude apreciar sváticas nazi y pendones con la imagen de Hittler en cada rincón. Se saludaban unos y otros con ademanes que se me antojaban militares. Fue esa noche cuando escuché hablar por primera vez de las bondades del fascismo como doctrina –sin serlo-; una opción de dominio sobre los más débiles –aberrante conducta propiciada por Mussolini-.

En el sitio se iba a realizar una sesión de tortura contra un joven negro con el arma que perteneció a Bateman. No querían matarlo, solo asustarlo. De repente alguien entró a prisa anunciando la presencia de la Policía. Unos cuarenta muchachos saltamos la tapia posterior. Corrí por mi vida como nunca antes mientras una luna tímida silueteaba el camino de regreso a casa.
                   

No supe de *Pedro durante largos años. Recientemente alguien me dijo que había terminado periodismo y, además, leyes en otra ciudad. Lo más curioso del cuento es que el ahora “doctor *Pedro” es un prestante funcionario público que se moviliza en un fastuoso vehículo, como el mejor de los demócratas de este mundo, y en campañas políticas a sus detractores llama despectivamente “fascistas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 

FECHA Y HORA

Mensaje del Editor

Amigos todos:

Este blog ha sido estructurado con una meta: lo que aquí se publique debe generar impacto en el lector; eso sí, para bien, defendiendo las reglas básicas del periodismo y la multiforme manera de hacer literatura.


Daniel Castropé.