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viernes, 14 de agosto de 2009

El país de las Farc y los paramilitares


Por Daniel Castropé
Mientras leo sobre las declaraciones de un muchachito de 18 años que desertó de la guerrilla, observo con asombro a través de la televisión internacional una noticia que, a pesar de la indolencia manifiesta del colombiano de esta época, aún logra ponerme la piel de gallina al saber que la Fiscalía busca los cuerpos de 600 personas desaparecidas por las AUC entre 2000 y 2004 en Norte de Santander.
Lo uno y lo otro se funden en un solo sentimiento: asco. Cuál otra expresión del alma puede emerger al conocer, en el primero de los casos, la historia de alias ‘Danilo’, el joven que escapó del frente 49 de las Farc por una simple razón de supervivencia: estaba muriendo de hambre.
‘Danilo’ relató a las autoridades que lo único que podían comer él y sus compañeros era maíz con agua y sal en medio de bosques tupidos de árboles tan viejos como Matusalén, en donde no existen Carullas ni Olímpicas. No podían ingerir otro alimento –pues no los hay- ni, mucho menos, quejarse. En esos momentos, pensaba el joven, “Cuánta falta me hace madre y padre para recibir el sustento diario”.
Pero esto no es lo más triste –Oh, Dios santo, ¿aún hay más?-. El muchachito con signos de anemia evidente confesó que las mujeres al servicio de la guerra pueril de los alzados en armas, en caso de que les dé hambre –como en efecto siempre la sienten tras largas jornadas- tienen, obligatoriamente, que guardar silencio. Hambre y mutismo son los mejores compañeros para conservar la vida. Las que se quejan y lloran son fusiladas –No quiero escribir más, pero debo hacerlo-.
El televisor a mi espalda no calla. Sigo la lectura frente a la computadora, pero, al unísono, mis oídos se afinan al escuchar el enunciado: “La violencia no cesa en Colombia” en boca de un presentador de esos que machacan a diario el español en el Sur de la Florida. Otra expresión de horror se anida en mi mente y corazón. Puedo observar a un hombre, con pala en mano, cavando un hueco asimétrico en el suelo terroso mientras sus compañeros, expectantes y sudorosos bajo un sol inclemente como la violencia fratricida, observan la escena. ¿Por qué hacía ese hoyo el funcionario de la Fiscalía? En busca de víctimas de las AUC en Norte de Santander, departamento fronterizo con Venezuela.
El reporte indica que los ‘paracos’ desaparecieron a todas esas personas (en Colombia existen caseríos de menos de 600 habitantes) lanzándolas, después de muertas en circunstancias desconocidas, a ríos atestados de pirañas y a otras incinerándolas en los ‘hornos de la muerte’ de los que dieron cuenta los ex jefes paramilitares Salvatore Mancuso y Jorge Iván Laverde, alias El Iguano.
Contrastando las dos noticias, me surge una pregunta: ¿Quiénes ha sido más crueles en Colombia? ¿La guerrilla o los paramilitares? Balbuceando con sollozos una respuesta provista de lógica apago la televisión y cierro el monitor de la computadora portátil (laptop). He quedado exhausto. Duermo diez minutos y sueño con un país libre de guerrilleros, ‘paracos’ y de todos aquellos que accionan armas contra sus congéneres –Carajo, lo que veo es casi el Paraíso-.

1 comentario:

  1. Amigo Daniel para mí son similares. Todo extremo es malsano. No te aterres sólo por Norte de Santander. En la montaña más alta del mundo a nivel del mar, la Sierra Nevada de Santa Marta, ayer me acabó de confesar el director nacional de la Unidad de Justicia y Paz, mientras havian la entrega de 18 cuerpos osesos a sus familiares, que apenas han encontrado 360 cuerpos de los casi mil quinientos que están buscando y que han sido denunciados como desaparecidos por familiares y amigos. Ayer, como todas estas entregas, fue un acto en donde por un lado se revive el dolor y el llanto al recibir los huesos de aquel ser querido que salió hacia sus parcela y nunca regreso y que nunca se sabrá el porqué lo asesinaron. Angel Ternera, un sexagenario campesino serrano que llegó con su esposa a recibir los restos de su hijo desaparecido hace nueve años, me narró con lagrimas en sus mejillas que a su hijo junto con otros tres labriegos los bajaron de un campero cuando se dirigían hacia sus parcelas en el meciso montañoso. Desde entonces más nunca supieron de él ni de sus compañeros hasta hace seis meses cuando sus cuerpos fueron hallados en fosas comunes en jurisdicción de San Angel a unos 300 kilómetros de donde los bajaron del carro. Dijo que sentía angustia, tristeza y dolor pero perdonaba a sus victimarios, al tiempo que expresó un "alivio" al sentir que su hijo iba adescansar en paz. Aseguró que fueron nueve años de angustia, desvelo e incertidumbre. Así como Angel debe haver millares de colombianos. Eso es lo que deja la guerra o el estado demecial que envolvió y envuelve aún a millares de colombianos.
    Un abrazo.
    Luis Oñate Gámez.

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