Lo más grande del lanzador dominicano Pedro Martínez, no es su foja de tres mil ponches; tampoco los tres premios Cy Young, el reconocimiento más codiciado por cualquiera que pisa la lomita en Grandes Ligas. Su mayor fortaleza es su manera de ser jovial y amable. “El gran Pedro” o “Pedro el grande” como atinan a decirle los más prominentes comentaristas del béisbol, no es tan grande, ni mucho menos inaccesible, como para no bajarse al terreno de su semejante, en equilibrio con cualquier persona que lo aborda, de tú a tú, hombro a hombro. Dos seres humanos: uno de los dos un humilde interlocutor con 37 años a cuestas y experiencia de 17 en “las mayores” que no le pesan a la hora de sonreír.
Miami – Florida. Confieso que sentí temor. Cómo llegarle a Pedro, era mi dilema. Lo veía salir y entrar al dugout visitante del Fort Lauderdale Stadium, algunas veces con sodas en las manos, otras con agua embotellada. Cuando creí tener la oportunidad perfecta, divisándolo a distancia media, la mirada fija en sus ojos, algo impidió la misión. ¿Por qué? ¡No puede ser! Me lamentaba como en mis inicios en el estadio Romelio Martínez, de la arenosa Barranquilla, cuando esperaba a que todos los periodistas de “talla mayor” dejaran de accionar sus grabadoras ante los jugadores sudorosos y jadeantes del Junior de entonces, para comenzar mi faena pues con 14 años de edad era complejo hilvanar una serie de preguntas que causaran más impacto en mí que en el entrevistado (siempre he sido mi mayor crítico). Me embargaba el miedo. Nuevamente ese sentimiento que creía superado, fue el común denominador 24 años más tarde en tierras norteamericanas.
Opté por el contraataque. Buscaba la segunda oportunidad, el momento pertinente para decirle que soy colombiano, del Caribe, apasionado por el béisbol y que es la primera vez que realizo una cobertura periodística en materia deportiva. ¿Por qué empiezas por lo alto? ¿Por qué conmigo? ¿Tengo cara de conejillo de indias? No, claro que no. Es que tú eres el lanzador que la afición más ha admirado en los últimos tiempos. Tú eres el mejor de todos. Tú eres esto y lo otro (ya con voz mental gangosa). !No joda! ¡Coño! Tuve que sacudirme el temor que persistía en mí para volver a la carga. ¡Dios, dame la ocasión propicia! Yo te enseñé a ser periodista, hijo mío. Válete por ti mismo.
Sentí fuerzas de arriba. Y también abajo. Recordé al profesor Julio Adán Hernández: “Sin cojones nunca serás un buen periodista”. Entonces las fuerzas ya me pesaban más de lo común. Caminé con el incordio de las sardinas dentro del recipiente de latón hacia aquel encuentro que imaginaba antecedido de juegos pirotécnicos explotando en el aire denso, y vítores para el periodista, no tantos para el entrevistado. ¡Pedro! ¡Pedro! vociferaba la gente que se agolpaba contra la cerca divisoria del público. ¡Pedro! ¡Pedro! gritaba mi mente sin ser capaz de obligarme a musitar palabra alguna. Pedro, en voz baja, sin mayores afanes, dijo un periodista de aspecto oriental: cabellos lacios, ojos rasgados y olor a cigarrillo sin filtro. En ese instante una nube de comunicadores silentes rodeó a la estrella de la pelota caliente. Pedro estaba dispuesto a dialogar con la prensa; asintió con una sonrisa. Qué fácil me fue lograr la entrevista. Otro hizo el trabajo por mí.
El inglés no lo entiendo a la perfección, aunque he asistido a decenas de cursos. Bueno, tampoco me muero de hambre: “Please, give me one hot dog, two hamburgers, two coke…” Por eso es que no adelgazas, sentencia mi esposa. Cuando vuelvo a la realidad, Pedro tenía enfrente alrededor de 20 grabadoras de audio, 7 cámaras de televisión y no menos de 5 fotográficas. No es hora de comer, pensé. No es hora de pensar en las cantaletas de mi esposa. ¡A trabajar se dijo!
Grabé las declaraciones de Pedro en inglés solo para guardarlas; una remembranza más. Los chinos, con su lengua arrocera, y los otros periodistas, terminaron el careo. Se hizo un silencio crudo, profundo. Milésimas de segundo se convirtieron en el descanso eterno. Solo quedamos Pedro y yo. Yo y Pedro. ¿Solo los dos? Y, ¿ahora qué hago? ¿Qué pregunto? Pregunta lo que quieras o me voy. Rápido. Me voy… es en serio. Jugadores del Junior, profesor Julio Adán Hernández, Dios mío, lectores, esta fue la entrevista que me concedió Pedro Martínez, nacido en una población de Quisqueya llamada Monoguayabo: ¿nombre surrealista o macondiano?
P.M. Así se llama mi ciudad natal. Allí crecí en medio de bates y pelotas, siempre pensando en llegar a las Grandes Ligas. Monoguayabo siempre estará en mi mente como seguramente usted no olvida el lugar donde nació (risas).
D.C. ¿Cómo te sientes hoy de vuelta a un estadio de béisbol?
P.M. Me siento espiritualmente muy bien, muy contento. Siento que hoy ante el equipo de los Orioles de Baltimore (en partido de exhibición con la selección dominicana) todo me ha salido excelente pues tenía largo tiempo sin lanzarle a bateadores de carne y hueso, bateadores reales. Los otros juegos fueron simulados; en República Dominicana solo había podido pitchear cinco inning, que no son una gran cosa. Me siento alegre de la forma en que me respondió el cuerpo y entrando como relevista, que no es mi forma acostumbrada, de todas maneras me sentí muy bien.
D.C. Después de varias operaciones, de algunos meses en reposo, ¿crees que puedes volver a la ruta ganadora?
P.M. Me siento en perfectas condiciones. Hoy lancé y parece que no lo hubiera hecho porque no hay cansancio en mi brazo. Yo espero aportar mucho a la selección de mi país durante el Clásico Mundial de Béisbol. Creo que aún mi carrera no acaba, tengo muchos números por concluir para la historia de las Grandes Ligas.
D.C ¿Cuál es tu futuro este año en Grandes Ligas?
P.M. Mi futuro en Grandes Ligas aún es incierto, no hay nada definido. En realidad hay que esperar a que se llegue a un acuerdo con alguien, con algún equipo. O ver que reacción tienen los equipos cuando me vean en el Clásico. Pero ahora mismo, mi atención solo está en lo que pueda hacer por mi país, por mi selección, buscando que República Dominicana gane y sino ayudar lo que más se pueda, y lo demás va a pasar. Pero si eso que quiero no pasa, como segunda opción está mi bote para irme de pesca con mi familia y amigos.
D.C. ¿Eso quiere decir que estás pensando en el retiro?
P.M. No precisamente. Solo para irme a pescar, a pasar momentos de tranquilidad. Pero no pienso todavía en el retiro. Yo creo que todavía tengo oportunidades dependiendo de cómo esté mi salud de aquí en adelante. Yo se que algún equipo quiere tenerme y, a propósito, son varias las propuestas que ya estudio con esa finalidad. Yo soy el que no se ha querido sentar con los equipos porque ahora estoy en esto del Clásico.
D.C. Varias propuestas. ¿De quiénes?
P.M. Son varios equipos, eso es lo que puedo decirte para no afectar ninguna negociación. Solo quiero concentrarme en lo que viene para el Clásico.
D.C. Tres premios Cy Young, más de tres mil ponchados. ¿Los números acaban allí?
P.M. Yo tengo mucha vida por delante. Y con la ayuda de Dios este año podré demostrar más cosas. Me siento vivo aún, con fuerzas a pesar de mis 37. Soy el viejito del grupo pero no por eso el que menos oportunidades tiene.
D.C. ¿Tu brazo es el mismo al que nos acostumbraste?
P.M. Todavía me falta un poco. Me falta sentir más la bola, sentir que puedo hacer con ella lo que quiera, pero para un primer día es mucho pedir. Estoy utilizando mucho la recta, me gusta este lanzamiento pero algunas veces me toca optar por los cambios de velocidad.
D.C. ¿Estás ya por encima de las 90 millas en tus lanzamientos?
P.M. Hoy ha sido un día para sentirme cómodo en la lomita, acomodándome a lo mío. Estoy en 90 consistente. Eso te indica que en cualquier momento llegas a los 92 ó 93 millas y eso es suficiente para mí.
D.C. ¿Cuál será el año de tu retiro?
P.M. Por ahora no. Tengo mucho futuro por delante, hay otros lanzadores de más de 40 en Grandes Ligas. Así que me tendrán por mucho más tiempo con la afición.Terminó la entrevista. Pedro se integró a una fila de jugadores en un buffet ofrecido por los Orioles de Baltimore a la selección de República Dominicana. Apagué mi grabadora digital y me acerqué al caneco de la basura. Allí deposité aquel infundado temor natural que produce el hecho de acercarse a una estrella. Sin embargo, una persona como Pedro Martínez, cuya grandeza solo demuestra cuando enfrenta a los bateadores contrarios, despierta confianza y seguridad. ¿Podrán otros peloteros tomar ejemplo de “Pedro el grande”?