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martes, 25 de agosto de 2009

Maestros de ayer y hoy


Por Daniel Castropé


Los grandes pensadores de la historia han sido, en su gran mayoría y en primera instancia, buenos discípulos. O dicho de otra forma: han tenido el privilegio de contar con excelentes maestros. Un caso destacado lo constituyen Sócrates y sus discípulos Platón y Aristóteles.
Pero mi intención original no es hablar de la máxima trilogía de filósofos de la cultura griega. Aunque, y sólo para hilvanar la disección, me seduce el misterio que rodea al nombre de Sócrates quien, se dice, andaba descalzo por las calles de Atenas y mientras aconsejaba elegancia y limpieza a los jóvenes, él lucía sucio y mugroso. Su pasión por la dialéctica, concepción que eleva los alcances del diálogo, es de gran mérito en la corriente socratista.
Hablaré de Lola y Ana, maestras de kínder y preparatoria: antítesis de Sócrates. Ellas, mujeres que nunca conocieron pasión varonil (morirían alegremente vírgenes); regla en mano todo el tiempo y, de seguro anticipándose en el tiempo, contradictoras de Shakira por su álbum Pies descalzos, utilizaban estrategias sui generis para evitar que nunca los menores bajo su cuidado anduviéramos “con el pie en el suelo”.
Las docentes, en tono militar, advertían a los estudiantes que en las tardes de tareas y ‘muñequitos’ en televisión llamarían por teléfono a nuestros hogares para preguntarles a madres o padres, o adultos responsables en casa, si estábamos usando zapatos o, al menos, chancletas. Nunca las creí capaz de tal medida extrema hasta el día que mi tía Rosalbina, solterona como las dos maestras de preescolar, me dijo que atendiera una llamada. La voz de la interlocutora, por dichos y gestos supuestos, me fue familiar de inmediato: “¡Ajá! ¡Con que estás descalzo! Mañana te espera un fuerte castigo”. Y Lola no mentía: el denominado ‘cuarto oscuro’ del colegio crearía fobias que aún no he superado integralmente.
Eran, sin lugar a dudas, otros tiempos. En aquellas épocas pretéritas el respeto por los maestros evidenciaba trazas de reverencia, rayando en el miedo. Otro castigo ejemplarizante consistía en recibir, con estoicismo y obligado a no derramar lágrimas, entre cinco y diez ‘reglazos’ en las manos. En caso de que la falta cometida fuera de gravedad suma, digamos por agarrar las nalgas a la ‘más buena’ del salón, espiar a la misma compañera a través de los calados del baño, hurtar los juguetes o utensilios de otros compañeros de curso, la pena imputada, sin derecho a abogado en clara violación ‘al debido proceso’, era arrodillarse sobre ladrillos, y con las manos en alto, a sol pleno en medio del patio. El castigo, algunas veces, variaba dependiendo de la inventiva casi criminal de los maestros.
Pero nadie se exacerbaba a punto de la locura. Los traumas leves derivaron en valores inmutables, no menos que lineamientos de conducta inquebrantables que, aún a estas alturas de la vida, nos permiten una existencia bajo parámetros sociales adecuados.
Pasó el tiempo y hoy la situación es completamente diferente para nuestros hijos. Al profesor se le llama por su nombre de pila (¡Hey, Pedro! ¡Oye, María!). Dejaron de existir los ‘cuartos oscuros’ y los castigos rígidos. La pena más grande radica en suspenderles a los estudiantes la televisión durante el receso. Los niños pueden hacer lo que les viene en gana; y en Estados Unidos, incluso y a manera de ejemplo, amenazar a un docente con llevarlo a Corte por el simple hecho de levantarles la voz es común y silvestre. No existe el mínimo respeto por la seudo-autoridad del salón de clases.
¿Debemos volver al modelo educativo de nuestra niñez? No lo sé, pero creo que daba resultados excelentes a pesar del miedo reverencial que profesábamos a nuestros maestros.

jueves, 20 de agosto de 2009

El aguacate que me convirtió en delincuente


Por Daniel Castropé

Fue esta mañana, pero no obedeció a un acto espontáneo. Mientras caminaba, día tras día, utilizando el vehículo de los recuerdos, podía situarme en medio de centenares de árboles de aguacate en El Carmen de Bolívar. Aquella ocasión, de la que hablaré fugazmente, fue la primera que me permitió observar las frutas exóticas colgadas de ramas al vaivén de una brisa suave como árida, hoy portadora involuntaria de nostalgias por la violencia reciente.

Estoy decidido. Nadie podrá observarme, pues la mañana está aún infecunda entremezclando oscuridad y pincelazos de un sol naciente. El ilícito será cometido de regreso a casa después de un par de vueltas al parque del área donde resido. Me fue fácil aquel momento hace veinte años en la finca a la que concurrimos algunos periodistas del Caribe colombiano. Esta vez no será la excepción: sólo tengo que estirar el brazo y jalar con fuerza relativa hasta escuchar el sonido seco del ‘estronche’ de la fruta.

Camino, reflexiono. ¿Por qué siento miedo? En la finca de mi niñez periodística, acompañado de colegas versados en temas agropecuarios, arrebaté los aguacates de árboles dóciles sin pensar siquiera en el dolor de una madre cuando la vida de su hijo es segada por manos que accionan armas sedientas de sangre inocente. Sudoroso, en busca de eliminar libras de más –que juntas derivan en la palabra gordura-, entiendo que todavía es prematuro cortar en el quirófano de la imaginación, el cordón umbilical que los alzados en armas crearon entre la violencia y los Montes de María, cobijando por razones territoriales cultivos extensos de los apetitosos aguacates carmeros.

Conociendo el motivo de mis temores –a la sazón infundados-, la consumación del delito está próxima. La víctima del deseo escabroso de un colombiano criado con arroz de coco, pescado, patacón y ensalada de aguacate, el ‘inocente’ árbol, despliega un tercio de su follaje hacia una avenida y –eso sí– lo que está en la vía pública es de cualquiera. Al menos esa es la creencia en Colombia, pero no en Estados Unidos.

Estoy cerca, apresuro el paso, glándulas sudoríparas y corazón rítmicamente en sintonía. Pronto, a pocos pasos, detengo la marcha. Otras cavilaciones turban mi entendimiento matinal. ¿Qué culpa tuvo la gente de El Carmen de Bolívar de que el tesoro representado en cada aguacate haya causado alucinaciones a la guerrilla y a los paramilitares? ¿Acaso aquellos terroristas se asentaron largos días en los Montes de María atraídos por esas frutas exuberantes? No tengo respuestas. Sólo sé que debo apurarme o de lo contrario las luces del día primigenio podrían desvelar mis intenciones.


Tengo ya el aguacate en la mira. Reparo los alrededores, el momento es propicio. En dos minutos estoy ingresando a casa más nervioso que antes, agitado y a marcha forzada. La fruta está biche. Al saber lo sucedido, mi esposa lanza una estridente carcajada, diciéndome de paso: “Ese aguacate es de la casa de un señor de apellido Ibarra, de El Carmen de Bolívar”. Ahora no sé si esperar a que madure para hacer una ensalada o devolverlo de inmediato, dilema tremendo para alguien que ya puede ser considerado no menos que un delincuente por hurtar un aguacate en casa de un carmero en Miami.

martes, 18 de agosto de 2009

Veinte años sin Galán

Luis Carlos Galán fue liberal de espíritu, convencido de que su partido tenía presente y un futuro diferente al que hoy proyecta bajo las sombras de movimientos emergentes que le han restado protagonismo en la escena pública nacional. Luchó incansablemente por reformar la política desde adentro, usando armas nobles y una oratoria impecable. Se le admiró por dilucidar una propuesta política moderada, tan posible como necesaria. Galán fue acérrimo defensor de la democracia, las instituciones, la ampliación de los derechos ciudadanos; él fue eso y más en un país deshonrado por la violencia. Hoy, dos décadas después de su deplorable magnicidio, miramos con corazón esperanzado lo que significó el intento de este ilustre bumangués por impedir que el mal se posara sobre la Colombia de sus anhelos, como en efecto ha sucedido.

viernes, 14 de agosto de 2009

El país de las Farc y los paramilitares


Por Daniel Castropé
Mientras leo sobre las declaraciones de un muchachito de 18 años que desertó de la guerrilla, observo con asombro a través de la televisión internacional una noticia que, a pesar de la indolencia manifiesta del colombiano de esta época, aún logra ponerme la piel de gallina al saber que la Fiscalía busca los cuerpos de 600 personas desaparecidas por las AUC entre 2000 y 2004 en Norte de Santander.
Lo uno y lo otro se funden en un solo sentimiento: asco. Cuál otra expresión del alma puede emerger al conocer, en el primero de los casos, la historia de alias ‘Danilo’, el joven que escapó del frente 49 de las Farc por una simple razón de supervivencia: estaba muriendo de hambre.
‘Danilo’ relató a las autoridades que lo único que podían comer él y sus compañeros era maíz con agua y sal en medio de bosques tupidos de árboles tan viejos como Matusalén, en donde no existen Carullas ni Olímpicas. No podían ingerir otro alimento –pues no los hay- ni, mucho menos, quejarse. En esos momentos, pensaba el joven, “Cuánta falta me hace madre y padre para recibir el sustento diario”.
Pero esto no es lo más triste –Oh, Dios santo, ¿aún hay más?-. El muchachito con signos de anemia evidente confesó que las mujeres al servicio de la guerra pueril de los alzados en armas, en caso de que les dé hambre –como en efecto siempre la sienten tras largas jornadas- tienen, obligatoriamente, que guardar silencio. Hambre y mutismo son los mejores compañeros para conservar la vida. Las que se quejan y lloran son fusiladas –No quiero escribir más, pero debo hacerlo-.
El televisor a mi espalda no calla. Sigo la lectura frente a la computadora, pero, al unísono, mis oídos se afinan al escuchar el enunciado: “La violencia no cesa en Colombia” en boca de un presentador de esos que machacan a diario el español en el Sur de la Florida. Otra expresión de horror se anida en mi mente y corazón. Puedo observar a un hombre, con pala en mano, cavando un hueco asimétrico en el suelo terroso mientras sus compañeros, expectantes y sudorosos bajo un sol inclemente como la violencia fratricida, observan la escena. ¿Por qué hacía ese hoyo el funcionario de la Fiscalía? En busca de víctimas de las AUC en Norte de Santander, departamento fronterizo con Venezuela.
El reporte indica que los ‘paracos’ desaparecieron a todas esas personas (en Colombia existen caseríos de menos de 600 habitantes) lanzándolas, después de muertas en circunstancias desconocidas, a ríos atestados de pirañas y a otras incinerándolas en los ‘hornos de la muerte’ de los que dieron cuenta los ex jefes paramilitares Salvatore Mancuso y Jorge Iván Laverde, alias El Iguano.
Contrastando las dos noticias, me surge una pregunta: ¿Quiénes ha sido más crueles en Colombia? ¿La guerrilla o los paramilitares? Balbuceando con sollozos una respuesta provista de lógica apago la televisión y cierro el monitor de la computadora portátil (laptop). He quedado exhausto. Duermo diez minutos y sueño con un país libre de guerrilleros, ‘paracos’ y de todos aquellos que accionan armas contra sus congéneres –Carajo, lo que veo es casi el Paraíso-.

jueves, 13 de agosto de 2009

La nueva elite agraria en Los Montes de María. El riesgo de cambiar la mochila por el carriel


Por Alfonso Hamburger


Algunos de los desplazados de Bajo Grande todavía no olvidan la perrita amarilla que llevaban cabestrera y despierta los uniformados que se metieron en el pueblo y tras masacrar a varios habitantes prendieron fuego a sus casas, comenzando desde allí la parte más difícil de sus vidas de desarraigados. ¿Cómo olvidar aquella animalita si llevaba un bozal y se quería escapar del mando del soldado?: olía y lambia todo a su paso.
Meses después de la masacre, viviendo de la caridad pública, algunos de los desplazados, quienes todavía no se acomodaban a vivir de la limosna, observaron perplejos cómo soldados del Gobierno transitaban por el casco urbano con la misma perrita amarilla del día de los hechos, lo que comprobaba una vez más la mezcla de paramilitares con agentes del Estado en la labor sistemática de muerte y desplazamiento. Hoy, muchos años después, ellos quieren olvidar, pero no pueden. De modo que para emprender cualquier proyecto de desarrollo y tumba del monte que parece forrarlo todo en Los Montes de María, es necesario que se sepa la verdad, de lo contrario el proceso, legal o ilegal de ocupación de tierras, estaría viciado. La tumba del monte no puede cubrir la impunidad. El pasado pesa mucho para esta gente.
En algunas masacres cometidas en la región, como la de Chengue, quedó comprobada la participación de agentes de Infantería de Marina, sea por presencia física o por omisión por parte de la cúpula, quienes pudiendo evitar la muerte anunciada, se hicieron los de la vista gorda y en tal sentido ya hubo sentencia judicial. Ellos se enteraron a tiempo de la presencia de los paramilitares y no movieron un dedo sino cuando ya estaba consumada la masacre y al llegar no hicieron otra cosa que obstaculizar el libre ejercicio del periodismo.
A estas alturas, cuando todo tiende a normalizarse, empresas foráneas de todo tipo, la mayoría antioqueñas, han adquirido unas treinta mil hectáreas en la zona abandonada a punta de terror, a un promedio que oscila entre 500 y 600 mil pesos por hectárea. Entre los nuevos propietarios existen, incluso, ex militares. Algunas de esas fincas están en zona protegida por el Estado y se cree que muchas fueron adquiridas bajo algún tipo de presión, desde la económica hasta la de intimidación con carros cuatro puertas igualitos a los que utilizaban los paramilitares antes de desaparecerlos, según lo confirmó en el Foro Agrario de Cartagena, convocado por la Fundación de Desarrollo y Paz de Los Montes de María en junio pasado, el presidente de la Anuc Sucre, Adalberto Villadiego. El famoso carro blanco en que se llevaban a la gente, se observa nítido, ya no de color blanco, sino negro en la mente atribulada de quienes fueron víctimas de sus fantasmagóricas apariciones.
La labor sistemática de neo-colonización o la irrupción de lo que los académicos denominan “La nueva elite agraria en el Caribe”, parece fortalecerse con esta compra masiva de tierra en Los Montes de María, pese a que ahora se quiera suavizar el viaje con una Corporación cuyo lenguaje es netamente antioqueño, sin que se sepa la lista completa de sus aportantes. Aunque la mencionada Corporación no es la dueña de las tierras, algunos de sus socios adquirieron fincas que por su sentimiento y tradición, deben ser devueltas a los campesinos de la región. Ya sea mediante negociación directa con los antiguos dueños o a través de procesos legales amparados por el Gobierno.
La colonización paisa, que empezó con las tiendas de ropas y restaurantes, continúo con las playas de Tolú y Coveñas y se extiende con la compra masiva de tierras en Los Montes de María, debe ser reflexionada profundamente.
No nos oponemos al desarrollo. Que donde haya un rastrojo de aromos y pringamoza se yerga una mata de yuca, ajonjolí o maíz, no es el problema. El problema radica en que nuestra gente tiene sus costumbres ancestrales muy arraigadas y no pueden venir personas de otras regiones de la noche a la mañana a dictarles clases de gaitas y de tangos, porque si Gardel ya murió, Toño Fernández pervive en el corazón de la región.
La situación no es como para mirarla tan ligeramente y justificarla con unas fotos que muestren un cayo de maíz donde antes había rastrojos. El que la trocha para sembrar ese maíz haya sido custodiada por los mismos aliados de su desplazamiento, deja mucho que desear. Es la propia comunidad de desplazados, con la mano del Gobierno, quienes deben liderar el proceso, o es mejor que los montes mismos, así embarbascados, se encarguen de seguir protegiendo la tradición. Antes de seguir tumbándolos, sin que se establezcan los mecanismos de verdad, justicia y reparación, es mejor que le siga lloviendo al sucio. Esos montes allí parados no le hacen daño a nadie. Al contrario, sirven para revitalizar la tierra y para generar nuevos pulmones de oxigeno. Hasta sería mejor declararlos patrimonio ecológico del mundo.
¿A quién va a beneficiar su productividad? ¿Qué mercados van a copar? ¿Qué tipos de tributos se van a pagar? Con lo regionalistas que son los antioqueños no se garantiza que los primeros beneficiarios de su explotación sean los residentes en la zona. La tenencia de la tierra de poder social paso a convertirse en una herramienta de dominación política y militar. En el proceso de desplazamiento de los campesinos operaron varios factores, como la indiferencia estatal, la presencia de la guerrilla y después la alianza de políticos con paramilitares. La tierra dejó de ser un motivo de estatus social para convertirse en una aliada estratégica en la expansión de ideologías y dominación bajo el pretexto del neoliberalismo fracasado de estos días de recesión.
¿Quién nos garantiza que nuestra mochila sabanera no sea cambiada por el carriel antioqueño?
Nuestras costumbres son distintas. Nos gusta compartir el patio y en ese patio un tinto bien conversado, prestarnos la candela por la cerca, atravesar portillos comunes. Siempre compartimos el camino real y ahora ese camino se puede convertir en una trocha custodiada por francotiradores, como sucedió ya en fincas aledañas a Bajo Grande, cuyos motorizados primero tomaban puntería con los burros y después no se sabe con quién.
Lo primero que perdieron los bajogranaderos cuando llegaron los grandes hacendados que compraron la finca el Hacha, antes de que se vinieran las masacres, fueron los caminos reales. Ya jamás tuvieron acceso al río ni pudieron pastorear sus rebaños por el camino. Esto mismo, la pérdida de las libertades comunes, de compartir el camino que los lleva a sus fincas por parajes más rectos, es uno de los riesgos. Y ya se han visto casos. Muchos caminos reales, tradicionales, han cerrado el paso.
Por favor, Los Montes de María no son del “ave maría pues”, son los montes de nuestros ancestros y la tradición debe prevalecer antes que un desarrollo no concertado plenamente con la propia comunidad.

La sucia violencia en el campo

Por Daniel Castropé

El campesino de tez morena fue confundido con el ‘Negro maldito’, guerrillero perseguido en la región durante muchos años. Los hombres armados lo colgaron de un árbol, atado por los pies, exigiéndole su identidad.

-Yo no soy a quien buscan, repetía gritando con desespero. Esposa e hija, abrazadas en fusión ferviente, estaban conminadas al silencio por dos fusiles ávidos de sangre inocente, ambas presenciando una escena que sólo habían idealizado por cuentos escuchados en boca de hombres viejos a lomo de burro y tabacos pestilentes que nunca se apagan.

En ese momento ya el pantalón del campesino presentaba una mancha de orines y mierda líquida, como los mismos orines, que corrían hacia su pecho y espalda. El cañón del arma seleccionada para él, presionada con fuerza, le había ocasionado dos siluetas circulares bien demarcadas en su sien derecha. No habría una tercera tan sutil.

-Si tú no eres el ‘Negro maldito’, de todos modos vamos a divertirnos contigo, dijo el jefe de la cuadrilla paramilitar.

Treinta hombres, vistiendo uniformes camuflados, acababan de tomarse la población. Disparos lejanos, en ráfagas sordas, generaron la misma incontinencia en la mujer de cabellos lucios y piel amarillenta, pobre como su marido y no menos que sus ancestros y el único mundo que conocían.

El líder del grupo cortó con un cuchillo la cuerda que sostenía al hombre boca abajo. El cuerpo cayó aparatoso a la arena. El impacto fue seco, acompañado de golpes de culatas en la cabeza y patadas certeras en el tórax: más sangre, más gritos. Mujer e hija sólo atinaban a sollozar una seguidilla de padrenuestros y avemarías entre susurros como conjuro contra males irremediables.

-El ‘Negro maldito’ huyó antes de que ustedes llegaran, balbuceó el campesino mientras el jefe del grupo volvía a ponerle, con mayor presión, su arma contra la cabeza. La mujer cerró los ojos, la niña vería el desenlace fatal de su padre.

Un disparo más surcó el ambiente convulsionado del pueblo. La campesina continuaba con los ojos cerrados, entregada a rezos extraños, y nunca más los abriría después del segundo tiro. Los hombres armados fueron clementes con la niña, pero antes de abandonar la finca el más joven de los paramilitares, escogido al azar de los dados, la despojaría de su virginidad en un pajonal instigado por sus compañeros de diversión. Los senitos de la menor parecían mamoncillos sobre dos platos llanos.

-“Muere por negro” fue lo que dijo el mandamás al dispararle a mi papá. Y el ‘Negro maldito’ nunca fue encontrado, refiere la mujercita tiempo más tarde, cargando al niño de cuatro años, famélico como ella, mientras la radio de baterías anuncia el recrudecimiento de la actividad paramilitar en la zona. La joven lanza dos hijueputazos y un salivón oscuro a la tierra negra.

-Hijito, es hora de irnos. Recoge el caballito de palo, dice la mujercita que heredó los mismos cabellos amarillentos de su madre y la misma pobreza de todos sus antepasados.

-¿Cómo te parece? Otra vez vienen aquellos que hacen el trabajo sucio que los del gobierno no pueden hacer de frente, dice la joven, morena también, aferrada a una estampita raída de San Pedro Claver, mientras piensa y casi deja escapar ante su hijo la identidad del padre de él, otro ‘paraco’ de los muchos que han ensuciado con sangre la tierra fértil para cultivos de la violencia fratricida.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Javier D. Restrepo y su decálogo del buen periodista

Son diez los pasos que, a juicio del maestro Javier Dario Restrepo, debe seguir aquel que anhele ser un buen periodista. El primer ítem me parece fenomenal. Para alcanzar tal calificativo, el periodista debe ser, ante todo, buena persona.

martes, 11 de agosto de 2009

Cuando Gabo conoció a Clemente Manuel Zabala, su primer maestro

Fue en Cartagena. Gabo buscaba trabajo y, venciendo la timidez que él mismo reconoce, se acercó a las antiguas instalaciones del entonces naciente Diario El Universal, en la calle San Juan de Dios. Allí, detrás de un mostrador, estaba Clemente Manuel Zabala a quien el bisoño periodista se dirigió para pedir una oportunidad laboral. El que fuera más tarde su primer maestro lo había leído ya en El Espectador. De tal manera, aquel le permitió trabajar en el periódico. Luego vendría la gran oportunidad de Gabo de escribir más a menudo bajo la tutoría extrema de Zabala, quien, provisto de un interminable lapiz rojo, corrigió las primeras notas de prensa del naciente literato de Aracataca.

lunes, 10 de agosto de 2009

Alberto Salcedo Ramos: Mirada profunda de la Colombia de hoy

Por Daniel Castropé
Alguien dijo que las palabras escritas constituyen el mejor rasero de la personalidad. Si ello es cierto –lo cual no pongo en duda-, entonces Alberto Salcedo Ramos es el periodista y escritor colombiano que se enmarca dentro de los lineamientos de una personalidad binaria, entre cruda y romántica, sin límites ofensivos a los razonamientos del lector.
La crudeza de su ser periodístico es adquirida, soñador valiente que plasma en el pentagrama de los sones de la vida real todo aquello que afecta a su entorno, tan vivo como la vida o la misma muerte: estado natural de transición de quien aspira a una nueva vida en el cielo o en el infierno. Alberto conoce estos conceptos, por eso sus escritos están cargados de vida que, en esencia, también es muerte, fusión enigmática que sobrepasa cualquier canon de religiosidad retrógrada.
Cuando escribe, Alberto Salcedo Ramos lleva al lector a escenarios de vivacidad palpitante, sumergiéndolo en emociones que producen efectos insospechados, como reír, llorar, sentir en la carne e, incluso, sudoración con la dinámica de su pluma. Esto es lo que otros denominan “realidad virtual”, no menos que lo cultivado siempre por el laureado comunicador.
Para Alberto, uno de los grandes males que nos ha causado la violencia es el adormecimiento de la conciencia. “Yo tengo 46 años y en todo este tiempo no he sabido lo que es vivir en un país sin conflicto. Como nacemos y en seguida nos topamos con la violencia, aprendemos muy pronto a sobrevivir a pesar de ese problema, y hasta consideramos que, después de todo, es algo normal. Eso nos ha causado un daño tremendo porque nos ha quitado la capacidad de asombro y de indignación frente al horror. La sorpresa frente al desastre de hoy se desvanece en cuanto surge el desastre de mañana”, dice.
Nace en Barranquilla (1963). Comunicador social periodista de la Universidad Autónoma del Caribe. Comienza su carrera en el periódico El Universal, de Cartagena, donde cubre desde concursos de belleza hasta cumbres antidrogas. Después de un tiempo como jefe de redacción de ese diario, se muda para Bogotá, donde está radicado actualmente laborando como cronista de las revistas SoHo y Gatopardo, y corresponsal en Colombia de la revista alemana Ecos. Sus trabajos han aparecido también en Etiqueta Negra, El Malpensante, Arcadia, Credencial, Cromos y Courrier International, entre otras publicaciones.
En su mejor momento como narrador de vivencias, sólo anhela seguir vivo –¡en Colombia es una hazaña!- para contar muchas más historias de las que ha contado hasta hoy, con la debida profundidad. “El periodista polaco Ryszard Kapuscinski planteaba que hoy en día la verdad está subordinada a lo interesante, a lo que se puede vender. La industria del periodismo, en especial la radio y la televisión, está muy preocupada por bajarle a la profundidad y aumentarle al entretenimiento, bajo el supuesto de que la gente no tiene ganas de leer ni tiempo para hacerlo. Se han inventado, como dice Martín Caparrós, la rara especie del lector que no lee. Según esos gurúes, lo que el público quiere es pasarla bien, consumir chismecitos cortos, leer bocadillitos insulsos sobre la actriz de moda. No me acuerdo ahora quién decía que si Jesucristo resucitara hoy, no sería tema de un noticiero sino de un reality. Lo que propongo es dejar de subestimar al lector. Te garantizo que muchos de quienes compran periódicos están más interesados en leer buenos textos que en utilizar sus páginas para envolver los aguacates verdes”, dice Salcedo Ramos. Otros utilizan los periódicos para madurar políticos como nísperos, acota quien escribe.
Hablar de Alberto Salcedo Ramos es hacerlo sobre alguien que ha cosechado experiencia vasta como periodista y escritor. Él ha ganado, entre otras distinciones, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio a la Excelencia Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (tres veces), el Premio al Mejor Libro de Periodismo del Año (otorgado por la Cámara Colombiana del Libro) y el Premio al Mejor Documental en la II Jornada Iberoamericana de Televisión, celebrada en Cuba. En agosto de 2004, gracias a su perfil El testamento del viejo Mile, publicado en El Malpensante, fue uno de los cinco finalistas del Premio Nuevo Periodismo FNPI-Cemex, entre 470 concursantes de 21 países. La distinción le fue entregada en Monterrey, México, por Gabriel García Márquez. Su distinción más reciente entró a la cosecha hace pocos días: Premio a la Excelencia Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en la modalidad de cobertura noticiosa, por su crónica “Un país de mutilados”.
También ha acumulado experiencia como catedrático y conductor de talleres de periodismo narrativo para entidades como la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), la escuela de formación del periódico El Tiempo, la Fundación Bigott (Caracas), el Ministerio de Cultura de Ecuador y la Fundación Para el Periodismo de Bolivia. En la actualidad es docente de las universidades Javeriana y de los Andes. Por ello, su voz alrededor del tema docente es interesante para los periodistas bisoños: “Creo que la prensa debe buscar siempre la explicación profunda de los hechos sobre los cuales informa, ya sea que estén relacionados con la violencia, con la cultura, con la política o con cualquier otra esfera. El deber no es solo informarle a la gente que un político se robó el presupuesto de un hospital: es, también, buscar el contexto histórico de tamaña conducta delictiva, ayudar a construir una pedagogía que sensibilice a la gente en relación con los daños que ocasiona esa actitud. Así como contamos las historias de la muerte, también hay que brindarles una oportunidad a las historias de la vida: la de los teatreros, la de los mimos de la calle, la del desempleado que en vez de ponerse a robar improvisa un fogón de leña en la calle y se pone a vender sopa. Javier Darío Restrepo dice que es un deber informar no solo sobre el país real sino también sobre el país posible”.
Ha publicado los libros El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, Los golpes de la esperanza y Diez juglares en su patio, este último en compañía de Jorge García Usta. Su texto Por favor, ni siquiera orquídeas figura en la Antología de Grandes Reportajes Colombianos, de Daniel Samper Pizano. Este mismo autor incluyó en su Antología de Grandes Crónicas Colombianas, tomo II, el texto de Salcedo Ramos “El árbitro que expulsó a Pelé”. Salcedo también fue incluido en la antología Años de fuego. Grandes reportajes de la última década, de Editorial Planeta. Su crónica La víctima del paseo figura en el libro Ciudadanías del miedo, publicado en español por la Editorial Nueva Sociedad y en inglés por la Universidad de Rütgers. Es coautor del libro Manual de Géneros Periodísticos (Ecoe Ediciones, 2005). Salcedo Ramos fue incluido en la antología Lo mejor del periodismo de América Latina, preparada por Tomás Eloy Martínez para el Fondo de Cultura Económica y la FNPI, y en la antología Crónicas latinoamericanas: periodismo al límite, de la Fundación Educativa San Judas Tadeo, en Costa Rica.
Además de escribir, su pasión es el Caribe colombiano, su gente, las voces de la calle, los personajes inéditos que otros no miran, o tal vez sólo lo hacen de reojo. Entonces, Alberto Salcedo Ramos, también es romántico pero sensato: “Alguna vez le oí decir a Juan Gossain que el Caribe se lleva por dentro, no por fuera. Su frase surgió en un momento en el que hablábamos de cierta gente que cree que mientras más alto grite, o más palabrotas pronuncie, o más colorinches se ponga encima, o más pregone su bacanidad, es más Caribe. Algunos pretenden que el Caribe sea una patria única, homogénea, donde todos bailemos y sintamos del mismo modo. Si no te gusta la música champeta, como a mí, eres visto como apátrida. Si te pones una camisa negra como la de Juanes, te dicen “cachaco”, y además te lo dicen con el mismo tono con el que se pronuncia la palabra “asesino”. Se llenan la boca diciendo que el Caribe es una patria cultural más importante que la patria política trazada por la cartografía, pero no entienden que ese Caribe que les parece uniforme, es en realidad un ente disímil, plural, que nos impone la necesidad de ser tolerantes para poder entendernos”.
A su próximo libro, que será publicado bajo el sello Aguilar, sólo le falta un capítulo. Es un compendio de varias de las crónicas que ha escrito durante los últimos años: una mirada novelada del país que ahora lo ve a él como uno de los mejores ‘nuevos cronistas de Indias’, potencial Nobel de Literatura, porque –lo tengo claro- el próximo (nobel) colombiano debe salir nuevamente del Caribe.

Primitivo Santos: El primero entre los merengueros del mundo

Por Daniel Castropé

El olor a habichuelas y locrio de puerco se hizo perceptible apenas crucé el dintel de la puerta principal. En West Kendall, Miami, parece que los únicos que cocinan en casa, a las cinco de la tarde, en ese sector de amplias mayorías latinas, son los Santos. Es casi un milagro –de santos, supongo-, encontrar una residencia familiar en donde cocinen, y más aún que lo hagan a diario, como lo hacían nuestras abuelas.

Él estaba sentado en un sofá confortable, de cuero color marrón, semejante a un buda, rodeado por tres perros, dos de casi quince años cada uno (en un canino son 105 años), y otro muy cachorro, juguetón en exceso, al que don Primitivo llama “El perro”. Buen nombre para un animalito que retoza todo el tiempo detrás de una pelota verde de tenis y muerde los zapatos de quien se le antoja.

Entré en confianza cuando me bebí un vaso de agua y el artista su tercera taza de tinto, muy parecido al colombiano: claro y suave. El músico habla como un menor esforzando su memoria. Levanta las manos, rasca su cabeza, abre los ojos –casi a punto de salirse de la cavidad ocular-, ahondando en desdeñados parajes de su remoto Santiago de los Caballeros, en República Dominicana, en donde aires musicales estremecieron su cuna improvisada en la década de los años 30 (el 28 de abril de 1935), bajo el arrullo cantarín de una madre de estirpe campesina y sabiduría innata: doña María Antonia Santos.

Con 7 años de edad fue declarado “Niño Prodigio” del país antillano. A esa edad temprana ejecutaba el oboe con la destreza que a sus 70 años, y un poco más, le granjea el apelativo de “Maestro”. Aprendió la ejecución del instrumento impulsado por don Federico Camejo, quien reemplazara a su padre biológico tras la muerte de este último cuando el entonces niño solo tenía dos años. En consecuencia, solo recuerda a un padre, a aquel que lo llevó a trasegar los senderos complejos de la música clásica, el mismo que le inculcó los buenos modales característicos en su personalidad jovial y lo involucró en la banda musical de su pueblo natal. Pero, por supuesto, es consciente de que les debe la vida primero a Dios y después a don Ramón Almanzar, su verdadero progenitor, un rico hacendado de la región del Cibao, de quien no tiene ningún recuerdo sólido. Ni un grito o un regaño recuerda de él.

A los 12 años ya era un músico connotado. Dejó a un lado las partituras de Mozart y Bach, “porque ese género solo produce grandes satisfacciones”, conformando su primera orquesta con los amigos más cercanos, todos ligados a la música, pues, como dice don Primitivo, “en Dominicana el que no es beisbolista, está metido de lleno en la música”.

Recién cumplidos los 17 años, cuando el bate de su popularidad golpeaba pelotas de hit por todas las emisoras de radio dominicanas, fue cuando le ocurrió la anécdota que marcaría para siempre su vida. “Yo era flaquito y muy tímido. Para esos días un señor muy rico de la región me contrató para ‘tocar’ en una fiesta sin conocerme previamente. Cuando llegué a su finca me recibió con una cara terrible. Dudaba que yo fuera Primitivo Santos. Gracias a Dios la hija de este hombre me reconoció y quedó mucho más tranquilo él cuando escuchó ‘tocar’ a la orquesta”.

Transcurrió el tiempo, su fama fue en crecimiento. Convertido en un verdadero portento de la música de las Antillas, fue designado Agregado Cultural de República Dominicana ante la Casa Blanca, en Washington. Para entonces, su primera canción en acetato “Unión Eterna”, se escuchaba sin tregua en varios países del Caribe. “Ese primer sencillo tiene una historia jocosa. Resulta que un gran amigo decidió contraer matrimonio y yo no sabía que regalarle, pues era él una persona con mucho dinero. Entonces le dije que lo único que podía darle como presente de boda era una canción. De esa manera lo inmortalicé, de paso obligando a mi amigo a permanecer toda la vida al lado de su esposa: unión eterna”.

Radicado en la capital norteamericana, su posición diplomática lo convirtió en el músico que amenizaría los grandes bailes en las más importantes embajadas con asiento en Estados Unidos y en otras partes del mundo. Sin embargo, sería Nueva York la ciudad en donde más impuso su género musical en aquella época, con presentaciones multitudinarias en el Madison Square Garden y en el Radio City Music Hall.

“Bromeaba mucho con Tito Puente, también con Celia Cruz. Todos ellos iban a casa y mi querida esposa Gina les preparaba ricas viandas. El problema era que al final todos querían volver no por mí sino por la sazón de doña Gina, quien tiene fama de buena chef y es la culpable de mi abultado estómago” (Suelta una estridente carcajada).

En 1967 grabó la canción que más éxito le traería: “El Manisero”. “Ese tema proviene de la música popular cubana, compuesto por Moisés Simmons, en 1926. Yo lo incluí en el LP titulado ‘Primitivo y Washington’, convirtiéndose en un gran ‘hit’ y en uno de los primeros ‘Discos de Oro’ de mi carrera profesional”. Para Armando Segovia, un cartagenero “cuba-melómano” radicado en Bogotá, la mejor versión instrumental de “El Manisero” es la grabada por Mario Bauza, y concuerda con el ingeniero Isaac Zúñiga y con Tony Morales en que la mejor versión ejecutada y cantada es la de Primitivo Santos. Sin dudas, los tres tienen la razón.

Don Primitivo asevera que los pioneros del merengue en Nueva York fueron él, en primera instancia, y posteriormente Jhonny Pacheco e Ismael Miranda. “En 1975, siguiendo la senda creada especialmente por este humilde servidor, “Milly y Los Vecinos” imponen un salto cualitativo en los textos y arreglos musicales”, relata el “Maestro”.

Al músico se le considera en Santo Domingo y las Antillas como el más grande impulsor del merengue. “El hecho es que fui el primero en traer este género a los Estados Unidos. Dios me dio la oportunidad de sacar adelante mi música con una excelente voz como la de Camboy Estévez, quien fue y siempre será la voz líder de la orquesta”, afirma Santos. Entre los temas que más destacan en su repertorio se cuentan, además del inmortal El Manisero, La Mulatona, Fiesta hasta el 90, El Marinero y muchos más que hacen parte del acervo musical dominicano y mundial.

Etapa de reposo

Hoy, cuando el “Maestro” descansa plácidamente en su casa de West Kendall, lidiando con una enfermedad llamada vejez, sólo se dedica a observar lo que ha quedado del gran surco que creó para llevar la música de su pueblo quisqueyano a un sitial de importancia. “Me turba ver que aquel merengue que se escuchaba entre los 70 y los 90 ha perdido parte de su esencia”.

De Colombia guarda gran aprecio por el desaparecido periodista Fabio Poveda Márquez, a quien recuerda por una anécdota con Antonio Cervantes “Kid Pambelé” cuando hacía la que ha sido su única presentación en Barranquilla, año 1996, gira que también incluyó a Cartagena. “Chico, yo recuerdo que Fabio le dio una reprimenda fuerte a Pambelé porque seguía en su vida libertina consumiendo drogas. Después que Fabio le habló tan fuerte, el hombre se puso a llorar como un niño pidiendo perdón”.

De la Colombia de sus anhelos le gustaron los platos típicos de la Costa Atlántica, por la forma como sazonan los alimentos y también por la calidez de su gente alegre y bulliciosa, principalmente la barranquillera. “Son como los dominicanos, que somos bullangueros”, dice.

En las postrimerías de sus días, con su familia y los tres perros guardianes, don Primitivo sueña con sus tiempos de éxito.
Tras un silencio breve, cierra los ojos. “Carajo, viejo, te dormiste otra vez”, grita doña Gina, mientras prepara un suculento plato de mangú para sumarlo a las habichuelas y al locrio de puerco. “Chica, no me he dormido, medito. Siento que vuelo y antes de llegar al cielo creo que estoy a punto de cumplir mi sueño. Qué linda es Colombia”.

Falsas percepciones sobre Colombia

Por Daniel Castropé

En el exterior se tienen por ciertas percepciones falaces de la Colombia de hoy. La comunidad internacional cree, a manera de estereotipo –por supuesto, conveniente para la proyección internacional-, que nuestro país alcanzó la categoría de ‘remanso de paz’, símil del Jardín del Edén. Nada más lejano de la realidad.
El mundo debe saber la verdad: en Colombia siguen secuestrando, matando, extorsionando; los políticos siguen inmersos en ambientes de corruptela; el Congreso es prácticamente ilegal; entidades como el DAS cometen abusos ordenados desde la ‘Casa de Nari’ –no sé por quién ni para qué, pero todos tenemos sospechas-. ¿Quién dijo, entonces, que nuestra bella Colombia es el Paraíso?
Sí anhelamos que lo sea. Desde niños en las escuelas pobres, y también en otras menos paupérrimas, nos enseñan la dignidad de ser colombiano como herramienta muda y sorda que algunos terminan por convertir en dogma de comportamiento en sus vidas. El hombre de Antioquia y del Valle del Aburrá es, quizá, el más proclive al regionalismo recalcitrante, catapultado a un nacionalismo irracional: “Soy paisa, soy colombiano. Soy un ‘verraco’”. De Antioquia, de ese próspero departamento colombiano, es nuestro venerado presidente Uribe.
No podría negarlo: los ‘paisas’ son excelentes comerciantes. Y cuando los anima una misión en especial pueden, incluso, maquillar la bazofia. En Colombia, lo sabemos los que somos colombianos, un antioqueño es capaz de vender un hueco. Og Mandino, el supuesto “vendedor más grande del mundo”, se queda ‘en pañales’ ante las habilidades de estos coterráneos buenísimos para las actividades comerciales.
Esta virtud es la que mejor ejerce nuestro Presidente. El mundo, bajo las cortinas encubridoras de la denominada “comunidad internacional”, en la que Estados Unidos constituye la mayor parte, baraja las cartas marcadas que Uribe pone sobre la mesa del escrutinio. A cada jugador, el moderador de tal mesa virtual (Uribe), coloca vendas en los ojos amarradas sutilmente, con la intención de no presionar la cabeza de nadie, más sí sugerir con delicadeza a su conveniencia, lo que a la postre permite respaldos que ningún otro mandatario reciente ni remoto ha obtenido del conglomerado.
Otros han dicho que los ‘paisas’ son “encantadores de culebras”. Su verborrea y capacidad para convencer es, más que un don de Dios, una habilidad a la que saben sacarle provecho sobre el escenario en las dos dimensiones: el bien y el mal. Uribe vende una imagen que no es cien por ciento real. Colombia no es como la pintan, verbigracia, aquí en Miami. Todavía hay mucho por hacer.
Debo reconocer que Colombia no es la misma de hace una década. El Presidente, durante sus siete años de gobierno, ha logrado lo que cinco no alcanzaron totalizando integralmente la gestión de todos ellos exclusivamente en materia de seguridad. A Uribe se le puede considerar un Jefe de Estado excepcional, no menos que un líder con los pantalones bien puestos. Pero tampoco podemos endiosarlo. Hacerlo sería infligirle daño, como se ha hecho, tanto a él como al país.
Es hora de aterrizar. Que el mundo sepa que tenemos un gobernante envidiable por otras naciones vecinas y distantes, pero hasta ahí. Ningún presidente está exento de pecado y, estoy seguro, Uribe no es la excepción como buen ‘paisa’.

lunes, 11 de mayo de 2009

Un nuevo guerrero en el ejército de Dios


Dios convocó a una reunión urgente en el cielo. Llamó a los ancianos, discípulos, santos y a todos los ángeles de la creación, millones de millones de ángeles. Ángeles de todo tipo: mensajeros, guerreros, de compañía.
La reunión comenzó puntual, en orden como todo lo de Dios. El Creador tomó la palabra de inmediato y solicitó la presencia de sus ángeles guerreros, los de mayor fortaleza. Todos acudieron ante la voz de trueno del Altísimo.
El Padre los contó uno a uno, a todos los conoce por su nombre. El más importante de todos los guerreros: Miguel, el de mayor valentía en el ejército de Dios, hizo una reverencia y preguntó el motivo de la reunión. Sin rodeos, como todo lo de Dios, éste le dijo: “HE NOTADO ALGO QUE QUIERO REMEDIAR EN NUESTRO EJÉRCITO PARA ENFRENTAR A LAS HUESTES DEL MAL. NOS HACE FALTA UN GUERRERO, ALGUIEN JOVEN, FRENÉTICO, FUERTE, DINÁMICO, VALEROSO. ESE ALGUIEN ESTA LLEGANDO. VENÍA HERIDO PERO YA HA RECOBRADO SU VIDA AQUÍ EN EL CIELO. LOS HE REUNIDO PORQUE QUIERO ANUNCIARLES LA LLEGADA DE ESE ALGUIEN QUE NOS HACÍA FALTA.”
De inmediato los habitantes del cielo inmenso hicieron gestos ceremoniales. Una puerta angosta, pero llena de piedras preciosas, se abrió de par en par.
Dios se levantó de su trono y dijo lo siguiente fijando sus ojos en la muchedumbre del infinito: “Me había percatado que alguien me faltaba en este ejército y lo mandé a buscar. Quizá ha dejado el mundo en medio de un hecho doloroso para su familia, pero yo tengo control de todo y sabré darles ánimo a los suyos en la Tierra, para que nunca olviden a este gran guerrero”.
“Se los presentó, su nombre es NELSON LANTIGUA, un joven valiente, guerrero por naturaleza, quien desde niño supo que la vida en el mundo no era fácil. Pero yo lo quise así con el propósito de que se preparase para este momento. Hoy lo corono de gloria y te digo hijo mío, ven a mis pies. Ahora gozas de un cuerpo nuevo, más fornido, sin herida alguna producida en el mundo cruel. ¿Quieres decir algo?”.
Con voz recia, sin miedo ni tristeza, miró al cielo y a toda su gente, expresando estas palabras el nuevo guerrero de Dios: “No sentí que la muerte me causara dolor alguno. Es más, me siento feliz de estar hoy en el cielo, con ustedes, con mi Dios, con ese ser tan especial y dulce que me llevaba de la mano cuando era niño en República Dominicana, y tuve que pasar muchos momentos difíciles. Hoy sé que Dios siempre estuvo conmigo, dándome fuerzas para levantarme de la pobreza y crecer, y luchar por mi otro país con valentía, por Estados Unidos, hasta el final de mis días en la Tierra en medio de una guerra propiciada por hombres y no por Dios. A mi familia le digo que los amo profundamente, a mi madre, a mi abuela, a mis familiares en Miami, a todos los amo y quiero que les quede claro que jamás los olvidaré. Sepan que estoy en el Paraíso, en un lugar donde las lágrimas no brotan de mis ojos porque aquí todo es alegría y gozo. No lloren más por mí. Yo estoy al lado de nuestro Creador y puedo saber que Dios nos ama con intensidad, y que él nunca nos abandona. Los amo de verdad, con amor: NELSON”.
La reunión terminó. Dios ordenó que al guerrero recién incorporado a las huestes celestiales le vistieran con el uniforme de su ejército, el glorioso ejército del cielo que nunca ha perdido ninguna batalla. NELSON caminó por calles de oro y platino, como lo dice la escritura, pero antes de irse a su aposento dijo: “Se me olvidaba expresar algo muy importante. A mi familia le digo que Dios también sufrió muchísimo cuando su hijo Jesucristo era crucificado en un madero, al lado de dos ladrones. Ese sufrimiento que ustedes mis amados familiares sienten hoy algún día se les pasará, para que me recuerden como un hombre valiente, como aquel muchacho que siempre hizo planes en la vida, que Dios quiso cambiar porque me necesitaba aquí en el inmenso e insondable cielo. Los amo y nunca olviden a este guerrero que tampoco los olvidará”. El cielo vibró de emoción, hubo muchos aplausos y sonidos de fiesta, y algarabía al son de tamboras y merengues paradisíacos. Dios, amoroso como siempre, solo dijo: “Amén, NELSON, amén… PUEDES TENER LA CERTEZA DE QUE Tu familia nunca te olvidará, como tampoco que jesús entregó su vida por todos ustedes en la cruz del calvario.”

‘Tom y Jerry’ Uribe



Lo denunciado por el periodista Daniel Coronell en contra de Tomás y Jerónimo Uribe, hijos del Presidente, raya en el ámbito de lo sensacional. Por el solo hecho de llevar el apellido Uribe, los dos empresarios incipientes –aventajados en algunos proyectos comerciales- tienen las de perder, por lo menos en materia de ética, en cualquier negocio que guarde relación con el Estado.
La nueva generación de los Uribe ha estado en el ‘ojo del huracán’ por vínculos con empresas y tratos comerciales que generan dudas. Cualquiera que haya tenido transacciones con David Murcía Guzmán, hoy es tildado no menos que delincuente. El mismo gobernador de Bolívar, Joaco Berrío Villarreal, acarrea consigo ‘la pesada cruz’ de DMG. ¿Hasta dónde llegará el calvario de Berrío?
Por la precisión del acervo probatorio, la denuncia de Coronell tiene un peso periodístico fenomenal. Pocos periodistas investigan a fondo para llegar a verdades ocultas. Los que más, se conforman con los documentos aportados por un juez o fiscal, o con los boletines de prensa que emite una autoridad judicial o policiva. Ello suele ser suficiente. ¿Para qué más? Lo admirable de Coronell es que se atrevió a profundizar. La corriente transporta desechos oscuros a ras del fondo del riachuelo. Algunos nos conformamos con la transparencia aparente de las aguas superficiales.
Algunos dicen que “los pobres niños tienen derecho a rebuscarse”. Eso está bien, pero no a utilizar información privilegiada del Estado para obtener pingues ganancias en negocios particulares. Otros dirán que Tomás y Jerómino no sabían que esos terrenos entrarían en una Zona Franca; que fue por simple instinto y espíritu comercial que invirtieron en tierras que se valorizarían en un 10.000%. Atino a pensar que los “niños” Uribe saben más de economía y finanzas que su padre que completa alrededor de siete años en el poder convirtiendo a Colombia en un país que solo habla el lenguaje de la guerra. Aunque, en parte, se justifica por cuanto hacía falta un presidente que les pusiera talanqueras a los actores violentos. Pero que no abandonara frentes sensibles como la desigualdad social y el empleo. Queda demostrado que en negocios en los que intervienen políticas y decisiones del Estado, deben estar alejados Tomás y Jerónimo, pues su genialidad en el área comercial es un queso que le huele mal al pueblo. Lo que Colombia debe analizar a partir de este mar de dudas en torno a la familia presidencial es cuáles son los verdaderos propósitos de los políticos uribistas en perpetuar al Presidente y cuáles los de la familia suya al permanecer callada ante esa posibilidad, actuando y aprovechando la posición del padre y jefe de hogar.
La única desventaja aparente en la denuncia del colega Coronell es que proviene de un periodista que lleva más de diez años “buscando caídas a Uribe” y, hasta el momento, no acierta en ninguna que haya traído consecuencias judiciales serias para el mandatario. Uribe mira a Daniel Coronell como un comunicador incisivo que lo molesta, molesta y más molesta, mientras que él (Uribe) trabaja, trabaja y trabaja. Después del ‘ridículo’ que hizo Coronell con la denuncia del puente sobre el río Sinú que supuestamente beneficiaba la finca del presidente Uribe, y cuando se demostró que el viaducto estaría lejos de la hacienda Ubérrimo, el comunicador quedó muy ‘mal parado’.
Más que un problema judicial o de otra índole, el negocio de Mosquera, agenciado por los hijos del Presidente, entra al plano de la ética. Difícilmente ‘Tom y Jerry’, por la mordida del queso colosal, tendrán que asumir consecuencias ante la justicia que lidera su padre.

Ahora Cuba


El editorial de un periódico es el pensamiento del medio que, a su vez, recoge el sentir de una ciudad o entorno de influencia. Nada más atinado que el temor expuesto en el editorial de El Universal de Cartagena, del pasado martes, un día después de que el presidente de Estados Unidos anunciara la eliminación a las restricciones de viaje a Cuba para los cubanoamericanos que anteriormente solo lo podían hacer una vez cada tres años. Pero Obama fue más lejos en su decisión: los empresarios norteamericanos podrán invertir en comunicaciones en la isla y los cubanoamericanos podrán enviar alimentos y remesas, sin restricción alguna, a sus familiares en la nación insular.
El temor en Cartagena de Indias tiene fundamento lógico. Más aún cuando se presagia, luego de este primer paso, que en cualquier momento el gobierno de Estados Unidos autorizará a sus connacionales para realizar viajes de turismo y placer a Cuba. De hecho, no lo han podido hacer en los últimos 50 años. Cuando Obama eventualmente de vía libre a esta posibilidad, muchos destinos turísticos del Caribe pondrán el grito en el cielo y temblarán sus cimientos. Cartagena de Indias, sin dudas, no será la excepción.
Aunque se argumenta que Cuba no posee una elevada oferta de camas, que su industria hotelera es incipiente, no es menos cierto que la simple novedad por conocer un destino diferente despertará el interés de los norteamericanos. Los estadounidenses son aventureros por naturaleza, ávidos por descubrir y guardar recuerdos para la posteridad con sus cámaras fotográficas. Esa perspectiva no la podemos soslayar.
Indudablemente, debemos anticiparnos a los hechos con un Presidente que está cumpliendo sus promesas de campaña. Hace pocos meses, en una reunión en Cayo Hueso, en el Sur de la Florida, las autoridades turísticas del Estado emitieron un plan de emergencia ante la inminente decisión de Barack Obama. La idea surgida apunta a trabajar juntos con Cuba en planes de visita y estadía en residencias históricas de La Habana y Cayo Hueso, con un lema muy sugestivo: “Dos naciones, unas vacaciones”. Las primeras vallas publicitarias ya se observan a lo largo de la vía hacia Cayo Hueso.
Los floridanos están preocupados; la competencia la tendrán a solo 90 millas. Una isla exótica, con playas atractivas, a cualquiera seduce. Se prevé que al menos dos millones de norteamericanos que hoy llegan a la Florida, procedentes principalmente del Norte en época de frío, cambiarían de destino. Así son los turistas: variables y susceptibles. Un informe de 2002, signado por la Junta Estatal de Turismo, advierte que uno de cada cinco turistas que visitan la Florida pudiera decidirse por Cuba. Los norteamericanos todo lo analizan basados en estadísticas. Por ello sus negocios resultan rentables a la postre.
Estos apuntes no tienen la finalidad de crear zozobra. Los cartageneros tenemos ahora un nuevo reto. Ya no es solo Punta Cana, Isla Margarita o Curazao. Los cruceros cargados de turistas estadounidenses, con dólares por gastar en sus bolsillos, podrían cambiar la ruta de sus divisas. No es ser pesimistas, pero sí precavidos. Si la Florida desde mucho antes ha comenzado a tomar medidas de choque, Cartagena de Indias no puede quedar rezagada. Es momento de análisis y estudios rigurosos. Nuestra Cartagena de Indias no tiene nada que envidiarle a Cuba; eso lo sabemos quienes la conocemos de palmo a palmo. Pero no podemos bajar la guardia. Es hora de impulsar los proyectos de expansión turística en Barú y Tierrabomba. Gobierno y empresarios, de la mano, deben trabajar por cristalizar estas ambiciosas iniciativas.

Éxtasis y derecho a la honra


Entre los poetas más burlescos de la humanidad, capaz de satirizar lo culto y exaltar lo burdo o coloquial, tenemos que darle un sitial especial al español Luis de Góngora y Argote, aquel que inmortalizó la frase “Ándeme yo caliente y ríase la gente”, en su composición estelar del mismo nombre. El poeta, de origen cordobés, fue dado a la vida licenciosa. El licor lo inspiraba para escribir. Tal vez no se conocía para entonces –o no estaba de moda- entre los ibéricos el éxtasis que produce la marihuana, hierba cuyo consumo data de más de 2.700 años.
Entre los periodistas de esa línea satírica en Colombia sobresalió Lucas Caballero Calderón, nombre que por sí solo diría poco a las nuevas generaciones, por lo que es necesario precisar su seudónimo: Klim, leche al revés en inglés (m.i.l.k invertido). Este escritor y periodista, quien laboró para El Tiempo y dejó la burla de la vida hace 25 años, se caracterizó por su pluma punzante y mordaz, pero también por una incomparable gracia natural e irreverencia. Periodistas de ese talante caricaturesco pocos existen. Quizá no los hay en ejercicio.
La picaresca o la burla se han utilizado para ridiculizar lo formal o informal de una persona. A César Gaviria se le hacían bromas constantes por su acento del Viejo Caldas. A Andrés Pastrana por la “silla vacía” en el Caguán y su pasado disipado con Pambelé. Más atrás en el tiempo, a Julio César Turbay Ayala se le recalcaba su supuesto bajo coeficiente intelectual. Un chiste sobre este ex presidente viene a mi memoria: Turbay llegó a Venecia, Italia. Al ver a los gondoleros se dirigió a ellos, con voz al cuello, para ofrecerles la solidaridad del pueblo colombiano: “Amigos damnificados por el invierno…” (Risas).
Se puede criticar de esa manera. La Constitución colombiana lo permite: ARTÍCULO 20. Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, refuerza ese mandato del constituyente primario: Artículo 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Pero así como hay día, coexiste la noche. Podemos expresar lo que pensamos, pero con limitaciones pertinentes, pues nos es ilícito conculcar la honra y buen nombre de una persona. Lo íntimo de un ser no puede someterse al escrutinio público sin la autorización expresa de la persona, y a menos que lo sujeto a revelar tenga algún interés comunitario. Qué nos debe importar que Pedro pertenezca a la religión de los Pitufos y que en las noches de aquelarres invoque a dioses extraños. Ello obedece a una decisión personal y, por ende, su conducta cae en el espectro de la intimidad. Preceptos en este sentido están consignados en la Constitución, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y muchos otros documentos.
Entonces se colige que sí hay cortapisas sanas. Como periodistas o escritores de la realidad de nuestro entorno real o irreal adolecemos de licencia para matar y desmembrar a la presa. A los funcionarios públicos, verbigracia, podemos auscultarles su capacidad administrativa o de ejecución de otra naturaleza, pero nada más. Qué nos interesa que Ebiru sea devoto de una virgen, que se la pase todo el día rezando y haciendo meditación. Las creencias personales contextualizan su intimidad inviolable.
La libertad de pensamiento y expresión no es en sí un semáforo en verde para decir o escribir lo que se nos antoje. El contrapeso lo constituye el derecho a la honra y el buen nombre que todos tenemos como derecho indeleble. Los ímpetus nos llevan a violar constantemente ese principio. Seamos sobrios y respetuosos al ejercer el periodismo. Que no sea el licor de las pasiones, como en el caso de de Góngora y Argote, el éxtasis de nuestra musa.

Libertad de expresión y silencio

Cuando devuelvo la cinta de mi vida, siempre me viene a la memoria un compañero de universidad con el que anduve en pasos buenos, y también en travesuras propias de todo joven que recién capitaliza la libertad del yugo de los padres. A ese amigo entrañable lo llamaré Pedro.
En aquellos tiempos de pasiones juveniles desmedidas, aún obnubilados por los destellos de la reinserción a la vida civil de los miembros del grupo guerrillero M-19, Pedro era un defensor ardoroso de la libertad de pensamiento y opinión. Discutíamos en demasía. Él mostraba marcada inclinación hacia la toma del poder por las vías de hecho, con violencia si fuese el caso, pero nunca sin antes explorar el camino del diálogo. “Tú eres un subversivo en potencia”, le espetaba cuando no tenía otra salida. En cambio, sin faltar un ápice a la verdad –que bien pudiera surgir de una mentira amañada por el paso del tiempo-, no tuve su misma inclinación. O sí, en parte: el poder se obtiene por vías democráticas, como lo inspiraron los tres fundadores de esta filosofía en Grecia, y no por el camino armado; sin diálogo ni convencimiento es imposible alcanzar esa meta que tanta sangre inocente ha costado a países como Colombia.
Pedro fue radical en sus premisas. Además, lucía y vestía a la usanza de los muchachos rebeldes de la época: cabellos largos –sucios y piojosos-, camisa a rayas de mangas largas, por fuera del pantalón de jean descolorido; botas de cuero y mochila sanjacintera. En parrandas le escuché decir en más de una ocasión: “nunca, nunca, nunca –óigase bien- accederé a un puesto público”. Argumentaba que al hacerlo tendría que optar por el silencio. Tendría que callar. ¡Válgame Dios! ¡Pedro callado, mudo, sin musitar palabra! A pesar de mi incertidumbre, lo creí capaz de tanto pues lo decía compelido por una especie de fogosidad que entremezclaba pasión por el periodismo hablado y la genética de unos padres al mejor estilo “niña Tulia”, personaje famoso de El Flecha, de David Sánchez Juliao.
Pero el tiempo todo lo transforma. Cambié de ciudad, de amigos. Sin embargo, siempre estuve al tanto de la suerte de Pedro. Una tarde calurosa de septiembre –en el Caribe siempre el calor es palpable- recibo una llamada. Un amigo en común, de aquellos que pululan en el mundillo del periodismo, estaba ansioso por hablarme de las andanzas de Pedro. “¿¡Si supieras que tiene un contrato de asesoría en la Alcaldía de Barranquilla!?” En ese momento colgué el teléfono; casi lloro. No porque un cargo de esa naturaleza, predestinado a cumplir una labor social, sea deshonroso. Mi corazón se compungió al saber que Pedro el entusiasta, enemigo de cadenas y grillos morales, tendría que guardar silencio.
Es penoso cuando tenemos que callar. El Libro Sagrado le confiere a la palabra un poder elevado. Lo que digas puede ser realidad basado en la fe. Los mismos científicos no logran explicar este fenómeno. Muchos sicólogos recomiendan pertenecer a grupos religiosos para alargar la vida por medio de la palabra de Dios. Incluso, una palabra mal expresada puede causar guerras o actos deliberados. Cartagena de Indias, como Tribunal del Santo Oficio, en 1614, fue escenario de un hecho sin precedentes. Por primera vez se produjo en ese año lo que se denominó un “Auto de fe”, sancionando al hechicero Juan Lorenzo, al fraile Diego Piñeros, al carpintero Andrés Cuevas, al buhonero francés Juan Mercader, a Luis Andrea –acusado de hacer pacto con el diablo- y al portugués Francisco Rodríguez Cabral. A este último se le castigó porque rezaba mal el credo católico. Rodríguez Cabral no decía que Jesucristo «resucitó de entre los muertos» sino que «resucitó a los muertos». Le hubiera ido mejor rezando en silencio, mentalmente, sin decir palabra audible.
Hoy en Colombia, que ocupa el puesto 127 entre 173 países en materia de libertad de prensa, según la organización Reporteros Sin Fronteras, es mejor callar. Esa decisión se puede calificar como prudencia o cobardía. Callado no haces ruido. Los rifles lo hacen al disparar balas asesinas, pero nadie los oye. O tal vez sí, pero es conveniente decir lo contrario, o que estás perdiendo el sentido del oído y la perspectiva, pero intrínsecamente también la valentía para expresarte. Los cobardes –bajo presión cualquiera lo es- abundan en las salas de redacción de periódicos y revistas; los valientes yacen a tres metros bajo tierra o lejos de la patria, más muertos que vivos, anhelando abrazar a los suyos; o comer los alimentos que en la niñez les preparaban en casa. Los olores a vida del pasado se convierten en muerte presente, con cadenas opresoras que ahogan sueños. Ese es el precio del silencio o de la licencia para hablar. Hoy estoy convencido: Pedro finalmente tuvo la razón.

Cuando debajo de la sotana hay un hombre

La Iglesia católica ha estado plagada de imperfecciones; el hombre también. Somos seres humanos que, por nuestra naturaleza pecaminosa, no podemos resistirnos a las tentaciones del mundo. El mismo apóstol Pablo dice que siempre quería hacer lo bueno y terminaba haciendo lo malo. Según la Biblia, el único que pudo oponer resistencia a las pruebas del diablo fue Jesucristo, tentado en tres ocasiones en el desierto. Lastimosamente no somos como Dios. Somos pecadores en potencia.
La novedad en Miami (¿cuál será la próxima?) es que el padre Alberto Cutié, sacerdote cubano-americano lo más parecido a un galán de telenovela, fue sorprendido en las playas de South Beach con una mujer de cuerpo escultural y cabellera hermosa, besándola, abrazándola y metiendo mano por debajo del bikini, mientras ella leía el libro El campo de la batalla de la mente, de la escritora cristiana Joyce Meyer. ¡Qué dilema tan grande!
Las pruebas son reveladoras. El paparazzi le hizo fotos en otros dos lugares con la misma mujer; a todas luces su novia. Solo un camino tuvo el padre Alberto: confirmar la verdad y pedirles perdón a los feligreses. El hecho le ocasionó la suspensión provisional de la iglesia donde oficiaba como párroco en el mayor centro de perversión y rumba del Sur de la Florida: Miami Beach.
La desventura –o aventura pasional- del padre Alberto retrotrajo a mi mente una pregunta formulada por mi hijo de 15 años: ¿Por qué los curas no pueden casarse? Tuve que recurrir a la palabra de Dios, desde la óptica del catolicismo, para responder en ‘ley divina’. Los sacerdotes y ministros ordenados, a excepción de los diáconos permanentes, «son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato "por el Reino de los cielos" (Mt 19,12)». En efecto, los sacerdotes «están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos, y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato» (Código de Derecho Canónico c. 277). El celibato se impuso a mediados del siglo XVI, durante el Concilio de Trento, en respuesta a la Reforma Protestante que promovía el matrimonio de los sacerdotes. Pero desde antes hubo Concilios que prohibían el sexo o relaciones maritales a los sacerdotes.
En pleno siglo XXI mucha gente no entiende la posición del Vaticano sobre este asunto controversial. Si analizamos la génesis de la Era cristiana hallamos que Pedro, el primer Papa, y los discípulos de Jesucristo eran hombres casados, con familia y responsabilidades. El mismo Papa Juan Pablo II dijo en 1993 que “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”. Pero su sucesor, Benedicto XVI, bloqueó la posibilidad de que los sacerdotes católicos se casen cuando reafirmó en 2006 los valores del celibato y excomulgó a un arzobispo por ordenar a cuatro hombres casados como sacerdotes.
En medio del barrullo generado por la confirmación de que el padre Alberto Cutié es un hombre normal, con sentimientos y una vida sexual en ebullición –un ser humano de género masculino como cualquier otro que prefiere los favores de una mujer y no comportamientos que se esconden debajo de los hábitos-, me pregunto: ¿cuántos sacerdotes aplican realmente el celibato? ¿No es más conveniente para la salud mental y el ejercicio sano del deber cristiano llevar una vida sexual estable? Si el papa Benedicto XVI hubiese visitado el municipio de Arjona, Norte de Bolívar, habría encontrado a un sacerdote amante de las parrandas y gustoso de mujeres como cualquier otro hombre. ¿Por qué restringir la sexualidad de un ser humano, cuya misión es moral y social, por el simple capricho de una Iglesia retrógrada?El padre Alberto, al confirmar lo sucedido, pronunció palabras que justifican su conducta: “No es bueno que el hombre esté solo”. Lo dice la misma palabra de Dios. ¿O acaso los sacerdotes no son hombres? ¿Son ellos extraterrestres que no sienten deseos de ‘horizontalizar’ la verticalidad de su ser? Debajo de toda sotana hay un hombre sensible al roce de unos labios jugosos. Aunque San Agustín haya dicho que "Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer", lo cierto es que ella (la mujer vilipendiada) es el ser más hermoso que Dios puso en la Tierra. ¿Quién puede abstenerse de esa tentación? Ni aún los prelados pueden hacerlo.

domingo, 5 de abril de 2009

Cartagena y la hoz de la muerte

A través de Redcaribe, órgano virtual de integración periodística a nivel regional, llega a mi conocimiento lejano (alrededor de mil kilómetros entre Miami y Cartagena) la situación caótica que experimenta la capital de Bolívar en materia de seguridad. La danza de la muerte, con ráfagas rítmicas y tambores de armas de fuego, cobra víctimas a diario en una ciudad, otrora remanso de paz, donde el Tuerto López escribió a “las botas viejas” y no a la hoz de la muerte.
Un artículo signado por Axel Veda, en la Red, me puso la piel de gallina. Dice en uno de sus apartes en referencia al momento crucial por el que atraviesa La Heroica: “Cualquiera mata a cualquiera, porque a la delincuencia le viene como anillo al dedo el miedo colectivo generado. Una veintena de muertos por aquí y por allá y basta”.
Lo leído parece tomado de un diario de México, símil actual de la Colombia de hace una década, en donde la muerte se ha ensañado contra la comunidad inerte: seres humanos atiborrados de miedo, de dolor; horror por doquier, ausencia de Dios, presencia activa de las huestes del maligno.
Esto también me causó conmoción: “Quién iba a pensarlo. La vida no vale nada. Mafias se pasean campantes y sonantes por las barbas de los ciudadanos de bien y los acribillan”.
Me pregunto a la distancia: ¿Cuándo se le dio espacio a este flagelo? ¿Quién ha permitido este despropósito? No lo se, no tengo la más remota idea. Las autoridades tienen la palabra para asegurarle al mundo que Cartagena mantiene su imagen de ciudad turística intacta, que no es riesgoso planear vacaciones en nuestro sector hotelero, que la muerte no prima ante la vida. O simplemente callar, como algunas veces lo hacen, dejando “volar” la imaginación, permitiendo que el turismo “vuele” a otras latitudes a gastar sus dólares en destinos más baratos. El mutismo nos hace daño, pero más generar un estado de alerta derivado de hechos que no podemos esconder como siempre hemos ocultado la miseria enmascarada en la zona suroriental de la ciudad: niños de ombligos volcánicos y crines amarillentas por desnutrición, hombres y mujeres famélicos, perros hambrientos que pululan en las ¿calles?, casuchas construidas sobre las mismas heces de una comunidad carente de Estado.
Cartagena es de todos y para todos, creo que así rezaba el slogan de una campaña política. Pero jamás permitamos que sea de los enemigos del bien, de aquellos que buscan desestabilizar el normal crecimiento de una urbe futurista que se extiende a pasos agigantados hacia la zona Norte, con edificaciones que bien podrían compararse con las magnas estructuras de los más codiciados destinos turísticos del mundo.
La guerrilla, paramilitares, sicarios o no se qué, deben estar en control de las autoridades. Cartagena es una ciudad delicada en extremo por cuanto el mayor ingreso a sus arcas lo representa el turismo. Allí no cultivamos café o producimos petróleo. Nuestro mercado es humano y, por ende, circunstancial. El hombre se rige por modas y temores: si el color verde le sienta bien en una camisa la compra, si una ciudad le despierta miedo simplemente no la visita, la desecha de su mente con una enorme “X”. No esperemos a que ello ocurra. Las alianzas del mal por la reconquista del terreno perdido podrían prosperar si la autoridad es laxa o sobornable.

Pedro el Grande

Lo más grande del lanzador dominicano Pedro Martínez, no es su foja de tres mil ponches; tampoco los tres premios Cy Young, el reconocimiento más codiciado por cualquiera que pisa la lomita en Grandes Ligas. Su mayor fortaleza es su manera de ser jovial y amable. “El gran Pedro” o “Pedro el grande” como atinan a decirle los más prominentes comentaristas del béisbol, no es tan grande, ni mucho menos inaccesible, como para no bajarse al terreno de su semejante, en equilibrio con cualquier persona que lo aborda, de tú a tú, hombro a hombro. Dos seres humanos: uno de los dos un humilde interlocutor con 37 años a cuestas y experiencia de 17 en “las mayores” que no le pesan a la hora de sonreír.

Miami – Florida. Confieso que sentí temor. Cómo llegarle a Pedro, era mi dilema. Lo veía salir y entrar al dugout visitante del Fort Lauderdale Stadium, algunas veces con sodas en las manos, otras con agua embotellada. Cuando creí tener la oportunidad perfecta, divisándolo a distancia media, la mirada fija en sus ojos, algo impidió la misión. ¿Por qué? ¡No puede ser! Me lamentaba como en mis inicios en el estadio Romelio Martínez, de la arenosa Barranquilla, cuando esperaba a que todos los periodistas de “talla mayor” dejaran de accionar sus grabadoras ante los jugadores sudorosos y jadeantes del Junior de entonces, para comenzar mi faena pues con 14 años de edad era complejo hilvanar una serie de preguntas que causaran más impacto en mí que en el entrevistado (siempre he sido mi mayor crítico). Me embargaba el miedo. Nuevamente ese sentimiento que creía superado, fue el común denominador 24 años más tarde en tierras norteamericanas.
Opté por el contraataque. Buscaba la segunda oportunidad, el momento pertinente para decirle que soy colombiano, del Caribe, apasionado por el béisbol y que es la primera vez que realizo una cobertura periodística en materia deportiva. ¿Por qué empiezas por lo alto? ¿Por qué conmigo? ¿Tengo cara de conejillo de indias? No, claro que no. Es que tú eres el lanzador que la afición más ha admirado en los últimos tiempos. Tú eres el mejor de todos. Tú eres esto y lo otro (ya con voz mental gangosa). !No joda! ¡Coño! Tuve que sacudirme el temor que persistía en mí para volver a la carga. ¡Dios, dame la ocasión propicia! Yo te enseñé a ser periodista, hijo mío. Válete por ti mismo.
Sentí fuerzas de arriba. Y también abajo. Recordé al profesor Julio Adán Hernández: “Sin cojones nunca serás un buen periodista”. Entonces las fuerzas ya me pesaban más de lo común. Caminé con el incordio de las sardinas dentro del recipiente de latón hacia aquel encuentro que imaginaba antecedido de juegos pirotécnicos explotando en el aire denso, y vítores para el periodista, no tantos para el entrevistado. ¡Pedro! ¡Pedro! vociferaba la gente que se agolpaba contra la cerca divisoria del público. ¡Pedro! ¡Pedro! gritaba mi mente sin ser capaz de obligarme a musitar palabra alguna. Pedro, en voz baja, sin mayores afanes, dijo un periodista de aspecto oriental: cabellos lacios, ojos rasgados y olor a cigarrillo sin filtro. En ese instante una nube de comunicadores silentes rodeó a la estrella de la pelota caliente. Pedro estaba dispuesto a dialogar con la prensa; asintió con una sonrisa. Qué fácil me fue lograr la entrevista. Otro hizo el trabajo por mí.
El inglés no lo entiendo a la perfección, aunque he asistido a decenas de cursos. Bueno, tampoco me muero de hambre: “Please, give me one hot dog, two hamburgers, two coke…” Por eso es que no adelgazas, sentencia mi esposa. Cuando vuelvo a la realidad, Pedro tenía enfrente alrededor de 20 grabadoras de audio, 7 cámaras de televisión y no menos de 5 fotográficas. No es hora de comer, pensé. No es hora de pensar en las cantaletas de mi esposa. ¡A trabajar se dijo!
Grabé las declaraciones de Pedro en inglés solo para guardarlas; una remembranza más. Los chinos, con su lengua arrocera, y los otros periodistas, terminaron el careo. Se hizo un silencio crudo, profundo. Milésimas de segundo se convirtieron en el descanso eterno. Solo quedamos Pedro y yo. Yo y Pedro. ¿Solo los dos? Y, ¿ahora qué hago? ¿Qué pregunto? Pregunta lo que quieras o me voy. Rápido. Me voy… es en serio. Jugadores del Junior, profesor Julio Adán Hernández, Dios mío, lectores, esta fue la entrevista que me concedió Pedro Martínez, nacido en una población de Quisqueya llamada Monoguayabo: ¿nombre surrealista o macondiano?
P.M. Así se llama mi ciudad natal. Allí crecí en medio de bates y pelotas, siempre pensando en llegar a las Grandes Ligas. Monoguayabo siempre estará en mi mente como seguramente usted no olvida el lugar donde nació (risas).
D.C. ¿Cómo te sientes hoy de vuelta a un estadio de béisbol?
P.M. Me siento espiritualmente muy bien, muy contento. Siento que hoy ante el equipo de los Orioles de Baltimore (en partido de exhibición con la selección dominicana) todo me ha salido excelente pues tenía largo tiempo sin lanzarle a bateadores de carne y hueso, bateadores reales. Los otros juegos fueron simulados; en República Dominicana solo había podido pitchear cinco inning, que no son una gran cosa. Me siento alegre de la forma en que me respondió el cuerpo y entrando como relevista, que no es mi forma acostumbrada, de todas maneras me sentí muy bien.
D.C. Después de varias operaciones, de algunos meses en reposo, ¿crees que puedes volver a la ruta ganadora?
P.M. Me siento en perfectas condiciones. Hoy lancé y parece que no lo hubiera hecho porque no hay cansancio en mi brazo. Yo espero aportar mucho a la selección de mi país durante el Clásico Mundial de Béisbol. Creo que aún mi carrera no acaba, tengo muchos números por concluir para la historia de las Grandes Ligas.
D.C ¿Cuál es tu futuro este año en Grandes Ligas?
P.M. Mi futuro en Grandes Ligas aún es incierto, no hay nada definido. En realidad hay que esperar a que se llegue a un acuerdo con alguien, con algún equipo. O ver que reacción tienen los equipos cuando me vean en el Clásico. Pero ahora mismo, mi atención solo está en lo que pueda hacer por mi país, por mi selección, buscando que República Dominicana gane y sino ayudar lo que más se pueda, y lo demás va a pasar. Pero si eso que quiero no pasa, como segunda opción está mi bote para irme de pesca con mi familia y amigos.
D.C. ¿Eso quiere decir que estás pensando en el retiro?
P.M. No precisamente. Solo para irme a pescar, a pasar momentos de tranquilidad. Pero no pienso todavía en el retiro. Yo creo que todavía tengo oportunidades dependiendo de cómo esté mi salud de aquí en adelante. Yo se que algún equipo quiere tenerme y, a propósito, son varias las propuestas que ya estudio con esa finalidad. Yo soy el que no se ha querido sentar con los equipos porque ahora estoy en esto del Clásico.
D.C. Varias propuestas. ¿De quiénes?
P.M. Son varios equipos, eso es lo que puedo decirte para no afectar ninguna negociación. Solo quiero concentrarme en lo que viene para el Clásico.
D.C. Tres premios Cy Young, más de tres mil ponchados. ¿Los números acaban allí?
P.M. Yo tengo mucha vida por delante. Y con la ayuda de Dios este año podré demostrar más cosas. Me siento vivo aún, con fuerzas a pesar de mis 37. Soy el viejito del grupo pero no por eso el que menos oportunidades tiene.
D.C. ¿Tu brazo es el mismo al que nos acostumbraste?
P.M. Todavía me falta un poco. Me falta sentir más la bola, sentir que puedo hacer con ella lo que quiera, pero para un primer día es mucho pedir. Estoy utilizando mucho la recta, me gusta este lanzamiento pero algunas veces me toca optar por los cambios de velocidad.
D.C. ¿Estás ya por encima de las 90 millas en tus lanzamientos?
P.M. Hoy ha sido un día para sentirme cómodo en la lomita, acomodándome a lo mío. Estoy en 90 consistente. Eso te indica que en cualquier momento llegas a los 92 ó 93 millas y eso es suficiente para mí.
D.C. ¿Cuál será el año de tu retiro?
P.M. Por ahora no. Tengo mucho futuro por delante, hay otros lanzadores de más de 40 en Grandes Ligas. Así que me tendrán por mucho más tiempo con la afición.Terminó la entrevista. Pedro se integró a una fila de jugadores en un buffet ofrecido por los Orioles de Baltimore a la selección de República Dominicana. Apagué mi grabadora digital y me acerqué al caneco de la basura. Allí deposité aquel infundado temor natural que produce el hecho de acercarse a una estrella. Sin embargo, una persona como Pedro Martínez, cuya grandeza solo demuestra cuando enfrenta a los bateadores contrarios, despierta confianza y seguridad. ¿Podrán otros peloteros tomar ejemplo de “Pedro el grande”?

Oración por el Mono

Cuando me enteré del estado de salud del “Mono” Jojoy no pude más que dejarme embargar por un sentimiento que aún no atino a describir, entre justicia y alegría que no está bien en un ser de principios cristianos pues reza la palabra de Dios: No devolváis mal por mal ni insulto por insulto. Al contrario, devolved bendición.
Sin embargo, y en esto le pido perdón al Señor, cómo podría el pueblo colombiano bendecir a un demonio de la calaña de Víctor Julio Suárez Rojas, alias “Jorge Briceño”, más conocido por los 43 millones de personas que habitan Colombia como el “Mono” Jojoy, el hombre más despiadado que se haya concebido en las entrañas de un país de gente buena y trabajadora. A este individuo, como se le quiera calificar, el Anticristo por venir le queda en pañales.
Pero anota también el libro sagrado: ¡Ay del malvado, pues le irá mal! Dios le pagará según sus propias acciones. La enfermedad que está acabando con la existencia del jefe del ala militar de las Farc no puede ser producto de sus buenas obras, eso está claro. Al “Mono” Jojoy le llegó la hora de pagar en vida por todo aquello que le permitió a Colombia ingresar, “con honores merecidos”, al listado de países más violentos del planeta. A “Jorge Briceño” le debemos semejante inversión de valores.
Pedir la sanidad de un hombre de la naturaleza del “Mono” Jojoy es tanto como enjugar las lágrimas de millares de compatriotas que han padecido en carne propia el dolor, haciendo una especie de “borrón y cuenta nueva”. Orar en las noches oscuras de los pueblos asolados por las Farc y encomendarle a Dios la vida de este tirano, es similar a tener una herida abierta y contusa en el corazón y pretender curarla con extracto cítrico. Es casi imposible hacerlo. Nadie se atrevería a tanto.
Si bien alias “Jorge Briceño” muere lentamente a causa de una mal atendida diabetes no puede ser otro sino Dios quien lo perdone. Para el Supremo no hay nada imposible. Él mismo dice en la biblia: Todos han ido por mal camino, todos por igual se han pervertido. ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno! Lo dice Dios, no un hombre. Para un colombiano estas palabras no son de fácil expresión, no alcanzan a pasar incólumes por la garganta antes de retenerlas para su inmediata devolución al rincón más apartado del alma.
Sin que nos alegremos del mal ajeno, pues como lo he expresado es incorrecto desde la óptica divina, Colombia espera expectante el desenlace final de este monstruo. Ello se sumaría a eventos que han diezmado a las Farc como la baja de Raúl Reyes y el fallecimiento del fundador del grupo rebelde, alias “Tirofijo”. La muerte del “Mono” Jojoy sería un duro golpe para la estructura bélica de lo que hoy es un simple reducto de facinerosos, aunque el recién liberado ex gobernador del Meta, Alan Jara, diga lo contrario aún obnubilado por los primeros rayos de luz después de su sombrío secuestro.
Dios también nos dice: Guardaos de esa gente despreciable, de esos que hacen el mal, de esos que mutilan el cuerpo. Por ello, en oración ferviente, le pido al Creador que nos aparte por siempre de todo aquel que ha matado las ilusiones de un país, las esperanzas de un pueblo con bríos renovados a la sazón, gracias al presidente Álvaro Uribe.
Señor, solo Tú puedes perdonar al “Mono”; a Colombia le es muy difícil hacerlo.
 

FECHA Y HORA

Mensaje del Editor

Amigos todos:

Este blog ha sido estructurado con una meta: lo que aquí se publique debe generar impacto en el lector; eso sí, para bien, defendiendo las reglas básicas del periodismo y la multiforme manera de hacer literatura.


Daniel Castropé.